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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Real

Pienso en las hormigas. Sí. En esos insignificantes bichos que pisamos sin darnos cuenta, quemamos sin compasión y observamos con admiración. ¿Qué son? Para mí... nada. Sí, nada. ¿Por qué deberían de significar algo? No pienso constantemente en ellos, no soy como ellos, no puedo ponerme en su situación, pero, aún así, existen. Efectivamente, están ahí. ¿Y a quién le importa? Solo nos importamos nosotros mismos. ¿Qué más da lo que ocurra a nuestro alrededor si seguimos vivos? El mundo sigue. Los relojes no se detienen. ¿Triste? Puede ser ¿Real? Sin duda.

La chica y el restaurante

Pensé bajo aquella sombrilla que quizás era una bobería. El bullicio de la gente a mi alrededor había acabado por convertirse en un silencio del todo agradable. Únicamente se escuchaban las hojas movidas por el viento, y algún que otro pájaro de vez en cuando. En ese momento, pensaba en la ridiculez de mis pensamientos. Todas la personas que caminaban a mi alrededor eran momentáneas, al igual que mis intenciones por entablar una conversación con una chica que tenía a mi vera. Al día siguiente, seguramente, no la volvería a ver. El camarero llegó a mi mesa sudoroso. Se debía de haber pasado la mañana trabajando, pensé. Pedí la comida, unos espaguetis a la boloñesa, y volví a mirar a aquella chica. Era realmente guapa. Me pareció que hablaba en alemán, como muchas de la personas de aquel restaurante, y me fije en su melódica pronunciación. Sus amigas, sentadas frente a ella, la miraban con entusiasmo. Hablaban de lo que parecía ser una  situación graciosa, por lo que me dejaba en

Meras Formalidades

La mañana dio comienzo al son de una melodía de trompetas que, causando aires de grandeza en los más patrióticos, retumbaba por todo el paseo.   Una fila de soldados apareció desfilando bajo la atenta mirada de los espectadores que, en sus manos, hacían hondear banderas del partido. Vaya espectáculo, diría, entre lágrimas, el más fanático. Izquierda, derecha, izquierda, derecha… los pasos parecían cobrar fuerza a cada segundo. Mientras tanto, el nuevo jefe de estado saludaba a sus subordinados desde el balcón del palacio presidencial. Meras formalidades. Seguramente, de no ser porque la larga tradición lo obligaba a estar allí presente, se encontraría en su flamante salón, aprovechando las ventajas de su nueva vida ¿Quién no? Aunque, como en todo debate que se abra entorno a una figura tan delicada como la de un presidente, siempre habrá quién niegue, coléricamente, su goce, en una hipotética vida, fundado en el sudor de los demás. No lo criticamos. Volviendo a la realidad en la que