Ir al contenido principal

El Estruendo

Un estruendo sacudió el edificio. Desde el otro lado de la pared del cuarto de estudio, un brutal impacto había ocasionado que toda el tabique se llenara de grietas. Marco, que en ese momento se encontraba estudiando, se quedó petrificado ante lo que acababa de suceder. Algo tenía que estar pasando, pensó. Sus compañeros de piso se habían marchado ese fin de semana y no había conseguido conciliar el sueño durante toda la noche. No soportaba quedarse a solas. Receloso, se le vino a la cabeza la imagen de Miguel, el vecino, tirado en el suelo junto a un charco de sangre con el viento acariciando su figura, la cara demacrada y el rostro pálido. La imagen se le sucedía una y otra vez en la cabeza. Presa de su designio, decidió llamar a la puerta y asegurarse de que todo estaba bien. No podía apartar aquel pensamiento. Se puso las chanclas y con su pijama se dirigió al rellano que únicamente compartía con otro apartamento más. La puerta estaba abierta.

-¿Hola?-preguntó en busca de una tranquilizadora respuesta -¿Miguel?

Nadie contestó. De hecho, para ser más exacto, nada se volvió a escuchar después de aquel sonido. Antes de salir por la puerta, cogió las llaves de la mesita que estaba junto a la salida, y cerró tras de sí. Tanto en el piso de abajo como en el de arriba el silencio era desconcertante. Era como si solo él se encontrase en los diez pisos que conformaban la infraestructura. Temeroso de toparse con cualquier desastre, asomó levemente la cabeza por el marco de la puerta, mirando hacia ambos lados, y fue la normalidad lo que más lo asustó. El salón estaba vacío, con aquel sillón de terciopelo que él mismo le había regalado, y la cocina impecable, como siempre la mantenía su dueño. Las baldosas del suelo y el mármol de la encimera brillaban por sí solos. ¿Y si es un ladrón?-se preguntó inquieto. Tenía que encontrar algo con lo que defenderse. No podía perder el tiempo. Cogió lo primero que vio, un cuadro antiguo cuya fotografía se estaba empezando a poner amarillenta, y caminó sigilosamente por el pasillo. Aquello le serviría. Un golpe en la cabeza con el canto y bastaría para noquear a cualquiera...

Horas más tarde, el silencio se expandió por todo el edificio. Las personas que caminaban por la calle continuaban ajenas a lo que estaba sucediendo tras aquella fachada. Todas las puertas del inmueble estaban abiertas.


Comentarios

Entradas populares de este blog

La Disculpa de Sara Calloway

 Sara Calloway murió el cinco de enero del año dos mil ochenta y siete, entre remordimientos y penas. Tenía ochenta y cuatro años cuando abrió por última vez los ojos de aquel cuerpo repleto de arrugas, ojeras y marcas de una vida cargada de dificultades. El día de su fallecimiento, sus cuatro hijos lloraron desconsolados su muerte frente a la cama del hospital, pensando más en los momentos que no tuvieron junto a su madre que en los pocos recuerdos felices que disfrutaron a su lado. «Que dura ha sido la vida», repetía Margarita, la cuarta de ellos, apesadumbrada. Estaba empapada en sudor y las lágrimas no se distinguían de los goterones que emanaban de su frente. Aquellas palabras cargaban mucho dolor, pero también desesperación y rabia. En un último intento, trataba de hacérselas llegar a su madre, rindiéndose ante el reloj, el cual mantuvo su orgullo tan alto que le impidió sincerarse alguna vez sobre la crudeza de su vida. Cuando minutos más tarde se llevaron a su madre y sus herma

La Comunidad de la Música

 Ahí estaba otra vez. Rosa había vuelto y, de entre el murmullo de decenas de instrumentos que se oían a través del patio interior, el violín había adquirido todo el protagonismo. Hugo la oía desde el piso de abajo. La facilidad que tenía para transmitir al acariciar las cuerdas con la vara lo mantenía atónito. Su control era absoluto. No había imperfecciones. Desde el techo, resonaba una melodía llena de pasión, con partes más calmas que hacían temer el final de la música, y otras repletas de vida, las cuales hacían que el pulso se acelerara y una alegría desmesurada se hiciera con el alma. Todo vibraba. Especialmente, el corazón de Hugo. Y, tal era su excitación interior que comenzó a tocar. Dio un salto desde el sillón y se sentó frente al piano. Sus dedos bailaron solos. Al principio, piano y violín estaban completamente desconectados el uno del otro. Pero la atención de Rosa no tardó en ser atraída por el sonido de las cuerdas del piano que, por unos segundos, sonó en solitario. S

La Mentalidad Intoxicada

 No me hables. Te suplico que por segunda vez no resucites. Ya estoy cansado de tus palabras y de tus ilusiones. Son todo imaginaciones. Quizás algún día de tanto repetirlo me convierta en aquello que siempre quisistes: en un ser envuelto en una catástrofe constante, preso de sus propios desvaríos condicionantes. Quizás yo mismo me crea la persona que me vendes. Puede ser que sucumba en tu martilleo verbal constante. No lo sé. Pero espero que nunca pase. Rezo por continuar sin tu amargura desquiciante. Llama en otro momento, cuando la razón te reviva con fundamento. Hasta entonces, sigue en tu silencio. "¡Te amo!", grito. Él me contesta que mi corazón está confundido: "ella no lo corresponde, ella es sólo un delirio. Sus palabras mentiras y sus acciones sin motivo". Regresa cuando de verdad veas. Regresa cuando tu naturaleza cambie y se sustituya por una más bella. Por una en la pienses que ella me quiera y tu convicción en ello sea plena. No me hables.

¡Nuevo Blog!: La Bitácora del Científico

 ¡Bienvenidos a BookToLand! En esta ocasión, presentamos otro blog de publicación semanal, en el que se contará la historia de Ulysses Strauss: un científico que trabaja para el Estado, investigando armas biológicas, que usa las bacterias para defenderse de todo cuanto se interponga entre la ciencia y él. Una vida que roza la pasión por la vida y el caos absoluto, lo mantendrá alerta en todo momento y condicionará, tanto para bien como para mal, la manera que tenga de relacionarse con lo que le rodea. Link del Blog:  https://labitacoradelcientifico.blogspot.com/