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Mostrando entradas de enero, 2023

El Recuerdo de los Murciélagos

El sol hacía tiempo que se había marchado, tras los edificios que acompañaban al río en su recorrido. La luna brillaba entonces con una intensidad hermosa. Tal y como les gustaba filmar a los productores cinematográficos. Cornelio Firrone, otro enamorado de las noches, estaba sentado en un lateral del caudal, con las piernas colgando sobre el agua, viendo a los murciélagos volar. Iban de un lado para otro, camuflados en la negrura de aquellas horas, cuando nadie los distinguía con facilidad y podían llevar una vida tranquila.  De repente, una mujer se sentó junto a él. Llevaba un chaquetón negro y una botella de agua en una mano. Se abrochó el abrigo hasta arriba, y como si se conocieran de toda la vida, dijo: ー¿Sabes lo que me gusta de esos animales? ーcomentó, sin apartar la vista de sus piruetas  Cornelio la miró extrañado, y devolvió sus ojos a la búsqueda del batir de las alas. ーSon de los pocos seres que disfrutan de la noche tanto como nosotros del día... A veces desearía ser com

Ratón Ciento Cinco

El laboratorio estaba a oscuras. A las doce de la noche, casi todos los investigadores se habían marchado, y apenas quedaban unos pocos haciendo horas extra en el edificio. "Menos mal", pensó Valeriano Silva. No le gustaba trabajar con gente. Prefería disfrutar en soledad de la ciencia. Aunque, por los integrantes de su departamento no tenía por qué preocuparse. En el área de Biología Molecular ーél lo sabía de sobra ー, todos se esforzaban cada día por macharse más temprano que el día anterior. No por que fueran más gandules ni menos responsables que otros, si no porque ninguno quería estar sobreexpuesto a una de las bacterias más mortíferas del planeta:  Acinetobacter baumannii . Él era el único que destinaba más tiempo del remunerado entre tubos de ensayo y probetas esterilizadas. Después de convertirse en uno de los departamentos más reputados de toda la empresa, no siempre les llegaban proyectos seguros y bonitos. Ahora, cualquier día podían pasar de disfrutar del vuelo de

La Raza de Oro

 De la tierra brotó un hombre. Aparecían cada cierto tiempo alrededor de la aldea, repleta de cabañas de bambú. Nadie había visto las semillas de la creación. Tampoco les importaba. Le llamaron Zeus. Entre el gentío que se reunió, curioso al verlo llegar de entre la vegetación, alguien mencionó el nombre. Nadie lo había escuchado antes. Tampoco les importaba de dónde había surgido. Festejaron durante el día y la noche. Bailaron al son de las palmas en el centro de la aldea,  reservado para los eventos sociales, y bebieron la bebida sagrada que les dejaban los dioses en el único pozo que había. El cuerpo no les pedía descanso. Sólo cuando cantaron todas las canciones y completaron todos los pasos de baile, se fueron a dormir. No por necesidad ni aburrimiento. Era como un acto reflejo. Nadie se había detenido a pensar mucho en ello. Tampoco les importaba. Eran felices. Aunque ni siquiera se molestaban en reparar en las razones de su felicidad. Era algo intrínseco a su naturaleza.  Cuando