El sol hacía tiempo que se había marchado, tras los edificios que acompañaban al río en su recorrido. La luna brillaba entonces con una intensidad hermosa. Tal y como les gustaba filmar a los productores cinematográficos. Cornelio Firrone, otro enamorado de las noches, estaba sentado en un lateral del caudal, con las piernas colgando sobre el agua, viendo a los murciélagos volar. Iban de un lado para otro, camuflados en la negrura de aquellas horas, cuando nadie los distinguía con facilidad y podían llevar una vida tranquila. De repente, una mujer se sentó junto a él. Llevaba un chaquetón negro y una botella de agua en una mano. Se abrochó el abrigo hasta arriba, y como si se conocieran de toda la vida, dijo: ー¿Sabes lo que me gusta de esos animales? ーcomentó, sin apartar la vista de sus piruetas Cornelio la miró extrañado, y devolvió sus ojos a la búsqueda del batir de las alas. ーSon de los pocos seres que disfrutan de la noche tanto como nosotros del día... A veces desearía ser com
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