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Mostrando entradas de 2022

Días Grises

El sol se ocultó. Despareció del horizonte demasiado pronto. Se esfumó sin solemnes despedidas, sin avisar al menos antes de su adiós. No tenía reloj que me diera la hora certero. Tampoco me avisaron de que fuera necesario tenerlo. Lo comprobé aquel día, cuando en la oscuridad lloré sin querelo. Entendí la necesidad de disfrutar los fugaces instantes de calor, antes que las manecillas nos lo arrebatasen sin compasión. Hacía frío. También llovía y, entre las gotas, el llanto se camuflaba en su camino al piso, como un hilo fino. Ni siquiera la tierra reconoció mi quejido. Eso fue lo que más me dolió. Pues siempre supuse que bajo mis pies se distinguiría que estaba roto. Pero no. Jamás ocurrió. Jamás sucedió que me rescataran del duelo. Jamás viví esa salvación. Quería gritarlo, también mostrarlo. Pero, ¿merecía la pena intentarlo? Al final, comprendí que era mejor no hacerlo. Entendí que cada uno tenía su momento. Comprendí que cada uno vivía su amanecer y su anochecer, y nadie iba a det

La Primera Casa de Höld

 Los androides estaban cerca. En la lejanía, se escuchaban las bombas del Ejército de Hierro caer sobre el pueblo de Humer, que estaba a unos treinta kilómetros al este. La radio rural, dirigida por el alcalde Gruber, había informado a las ocho de la mañana del arrollador ataque que se estaba llevando acabo. "Aquel pueblo, que un día fue testigo de la belleza natural y humana, era demasiado frágil", anunciaba con voz castrense, "pronto llegará el momento de este glorioso y más preparado lugar para luchar". De esta manera, había cortado la comunicación y, estando aún Alexander Oswald en la cama, supusieron aquellas palabras el motivo de su pronto despertar. Se desperezó y miró por la ventana hacia los cultivos sin fin, marchitos y cubiertos por una capa blanca de nieve. Su casa era la primera del pueblo de Höld, la más cercana al frente de batalla y, en otros tiempos, privilegiada por gozar de unas vistas hermosas a los maizales. "Ya no queda nada", murmuró

Fuego Siciliano

¡Bienvenid@  a BookToLand! Te presento la primera entrega de la serie "Fuego Siciliano", de cuatro relatos. La historia trata sobre la resistencia de un pueblo frente a una invasión de la paz y la identidad propia, en la que las armas serán las únicas herramientas útiles en la vanguardia. Pero, tras la acción y la sangre, el amor y el recuerdo serán cruciales en la retaguardia, donde todos los integrantes de una sociedad en peligro deberán convencer y vencer en la lucha de las palabras. ------------------------------------------------------------------------- Me marché de Alicante un día gris y lluvioso. El tiempo fue la mejor de las representaciones de todo cuanto dejaba atrás. Sentí entonces una profunda tranquilidad, como si Dios me hubiera dado la oportunidad de comenzar una nueva vida. Pensé en los muertos y en todo el dolor que guardaba mi pasado. Me juré a mi mismo, desde la última fila de asientos del autobús, que jamás volvería a estar involucrado en aquellos negocio

Otros ojos, otra nariz, otra sonrisa...

Yo vi esa sonrisa. La miré embobado, mientras la sentía como mil caricias. Era única. Entonces, solo era mía. Y si. Puede sonar egoísta, algo propio de alguien narcisista, pero amaba que fuera exclusiva. Amaba que solo despertara cuando sus ojos me miraban. Amaba su peculiar hoyuelo, y los mofletes besarlos cada día. Su olor era lo que me conquistaba. Pues, al despertar cada mañana, era lo primero que percibía. Antes de abrirlos ya sabía que estabas al lado mía. Sabía que te encontraría. Y con una sonrisa te miraba, aunque estuvieras dormida. Un día, junto a mí ya no te levantabas. Te perdí, como quien deja atrás una avenida, una estación, una vida... Te marchaste lentamente, dando diminutos pasos como de hormiga. Al principio, yo ni lo sabía. Quizás, no quisiese aceptar que te ibas. Pues, durante semanas, trataba de convencerme cada día de que me querías ¿Acaso eso lo había dudado algún día? ¿Acaso me había permitido la locura de ponerte en duda mientras mi corazón latía? Jamás. Ni si

El asesino sin cara

Querida Sara, Mi vida no ha sido fácil. Eso ya lo sabes. Nos hemos pasado largas horas charlando del tema, mientras yo reposaba mi cabeza en tu hombro, siempre disponible para mí en cualquier lugar y a cualquier momento. Después de caer en la jodida depresión, tras varios meses sin poder salir a la calle, me prometí que no volvería a estar de esa manera. También te lo prometí a ti ¿Recuerdas? Entonces, tu siempre tenías ojeras y estabas pálida de llorar océanos por mí. La primera vez que me atreví a atravesar la puerta de la entrada, nos sentamos en el paseo marítimo, de cara al mar y juré venganza. Eso no te lo dije. No me atreví. Pensé que te asustarías y me abandonarías, por lo que planeé hacerlo en secreto. Busqué por redes las direcciones de quienes me jodieron la vida. Sí. Las de aquellos niños de los años ochenta que me pegaban patadas en el patio y, años más tarde, continuaron riéndose de mi en el instituto. Todos tenían unas vidas perfectas. Tendrías que verlos… Adinerados, co

Cuando el río esté vacío...

 Cuando el río esté vació, ya no habrá lágrimas que recuperen su caudal. No habrá intentos que no sean en vano ni vasos que no se queden pequeños para llenarlo. La desesperación se empoderará a veces, y la tranquilidad por saber que ya no se podrá hacer nada otras. Se nos vendrá a la memoria el agua fría, la mansa corriente, los patos nadando... Recordaremos los árboles frondosos, cuyas raíces bebían de su agua, los besos que se dieron a su orilla, las farolas que lo acompañaban en su recorrido... Será nuestro tesoro. No uno tangible ni valioso, sino uno por el que merezca la pena vivir. Aunque tan solo sea para reproducirlo mil veces en nuestra memoria. Aunque tan solo sea para tener un motivo por el que salvarnos de la muerte y soneír.

Cuando llegue la última gota

El agua corría lenta. No tenía prisa. Iba a un ritmo casi melodioso. Como esas hojas que avanzan a golpe de casuales rachas de viento en otoño, sin saber hacía qué lugar, bajo los árboles que franqueaban el río. Su calma era contagiosa. Entonces, miraba su caudal casi hipnotizado. Era un lugar terapéutico, me decía. Aquel banco, el verde del entorno y el silencioso transcurrir de la corriente me aclaraban la mente, llena hasta entonces de ideas enmarañadas. Recuerdo ver a aquel hombre caminando. Su nombre era Alexei Lev. Andaba despacio, con el cuerpo encorvado a causa de la edad y unas piernas definidas que, de no ser por su lentitud, aparentarian ser capaces de completar una maratón. Estaba feliz. O al menos eso era lo que daba a entender a los demás con su sonrisa, cuando, de repente, centró su vista en mí. —¿Me puedo sentar? —preguntó cogiendo aire entre palabra y palabra. —Si, claro —respondí, tratando de sonar amable —. Aún hay hueco en este banco. Durante unos segundos, se quedó

El Amor Tras la Frontera

 La frontera era un lugar especial. Allí, sucedían cosas que no se veían en otras partes. Se observaba el comercio más feroz y las negociaciones más intensas. Los vendedores de Sudán cruzaban el puente que los separaba de Chad, y luchaban las ventas hasta la puesta del sol sin descanso. Por el contrario, los habitantes de Chad se aprovechaban de los precios más bajos que le ofrecían los sudaneses, dándose con un canto en los dientes con cada compra. Aquel mundo siempre había entusiasmado a Ousman, un joven chadiense, de familia adinerada. Su padre trabajaba en Francia como médico, y él había vivido allí casi toda su vida. Estudió Sociología en la Université Lumière , en Lyon, siete años atrás. Aunque, su sueño siempre había sido regresar al país que lo vio nacer. Pensaba en las calles de Lyon, y en su alocada vida como universitario, cuando una mujer le tocó el hombro. -Oiga, ¿por casualidad venderá verduras? -dijo, con un tono que denotaba que se había pasado de pie demasiado tiempo.

La belleza que permanece...

 Moses estaba sentado en la sala de espera del hospital. Los sillones de cuero rojo y las dos neveras que ocupaban el lugar estaban iluminados, exclusivamente, por las luces frías del techo. A través de las ventanas reinaba la oscuridad. El cielo se veía tan negro como Moses pensaba en ese momento su futuro. Nunca se había planteado un mañana sin su abuela. A decir verdad, ni siquiera se había imaginado viviendo durante demasiado tiempo alejado de ella. Una lágrima le corrió por la mejilla.  «Deja de pensar», se reprendió mientras sentía cómo su corazón se desmigajaba.  Entonces, una enfermera con cara de haber trabajado más horas de las que debería, se acercó a él. Se sentó a su lado y se quitó la cofia.  — ¿Sabes una cosa? -añadió con la determinación de quien había vivido la misma catástrofe mil veces y, pese a todo, aún le quedaba la ternura del alma  — Cada semana veo a gente morir. Algunas, soy testigo del final de la vida cada día. Pero, desde hace unos años, no pienso en toda l

La Chica del Balcón

El balcón era el lugar favorito de Indalecio. Apenas cabían dos personas en él, pero allí estudiaba, leía y cenaba todos los días, sin excepciones. La luna lo alumbraba cuando no había luz y quienes paseaban le servían de entretenimiento cuando se aburría. Era inacapaz de imaginar su vida sin ese pequeño rincón del hogar. Por las mañanas, sobre las siete, solía leer los mejores libros de novela negra que habían llegado a la librería. Se sumergía en los personajes y, junto a una reconfortante brisa fresca, se tomaba un café caliente con tostadas. Apenas había gente en las calles, y eso le generaba, pese a estar rodeado de ventanas y otros balcones a su alrededor, una atmósfera de soledad perfecta. Un día cualquiera, oyó abrirse la persiana del balcón que estaba a su derecha. Al principio, apenas miró de reojo, sacando sus ojos de los párrafos de Pérez-Reverte y devolviéndolos a las páginas en cuanto alcanzó a distinguir dos piernas blanquecinas. No sé por qué razón, en ese instante se s

Mi luna

La noche hacía poco que se había asentado, y la luna era la única fuente de luz en la azotea. No se oía nada ni nadie andaba por las calles a esas horas. Estaba solo. Sentado en una silla de playa, pensé entonces en lo lejos que estaba de aquel disco blanco. Imaginé cuantas lágrimas habría visto desde la distancia, cuántos otros como yo la habrían mirado en la oscuridad, dándole vueltas a la mente, y deseando poderla ver durante más tiempo del que la mañana les permitía.  En ese momento, con una ligera brisa fría rozando mi piel, creí entender muchas cosas. Seguí mirando aquel círculo perfecto que se dibujaba en el cielo, y me dije a mi mismo que, en el fondo, todos éramos egoístas. Comprendí que no podíamos pretender que las cosas permanecieran para siempre con nosotros, simplemente porque nos gustasen o las quisiéramos con locura. El recuerdo nos hacía fuertes. La luna se marcha todos los días a la misma hora, y es en ese instante cuando debemos comprender que la vida sigue, sin espe

Eusebia e Indalecio #1

 El puerto de Alcar estaba tan repleto de trabajo como de costumbre. Sus grandes grúas se veían desde la costa rodeadas por contenedores de diferentes colores, en los que se habían transportado millones de productos a través del océano. A las tres de la tarde, después del descanso para comer, todos los barcos que habían estado esperando durante media hora, volvían a tener noticias de los controladores del puerto. Indalecio, un joven capitán de la marina mercante, aguardaba con impaciencia la descarga del material militar que llevaba oculto en la cubierta. Según le había explicado un sargento en una llamada, las armas y la munición serían recogidas por el teniente Martinez, sin necesidad de tener que pasar por Aduanas.  - Capitán - dijo Ramiro detrás de él. Su segundo al mando había desaparecido durante veinte minutos, y había vuelto al puente de mando en cuanto vio que se recuperaba la actividad portuaria -, los hombres preguntan si podrán tomarse un descanso en la ciudad de Alcar. Ha