El agua corría lenta. No tenía prisa. Iba a un ritmo casi melodioso. Como esas hojas que avanzan a golpe de casuales rachas de viento en otoño, sin saber hacía qué lugar, bajo los árboles que franqueaban el río. Su calma era contagiosa. Entonces, miraba su caudal casi hipnotizado. Era un lugar terapéutico, me decía. Aquel banco, el verde del entorno y el silencioso transcurrir de la corriente me aclaraban la mente, llena hasta entonces de ideas enmarañadas.
Recuerdo ver a aquel hombre caminando. Su nombre era Alexei Lev. Andaba despacio, con el cuerpo encorvado a causa de la edad y unas piernas definidas que, de no ser por su lentitud, aparentarian ser capaces de completar una maratón. Estaba feliz. O al menos eso era lo que daba a entender a los demás con su sonrisa, cuando, de repente, centró su vista en mí.
—¿Me puedo sentar? —preguntó cogiendo aire entre palabra y palabra.
—Si, claro —respondí, tratando de sonar amable —. Aún hay hueco en este banco.
Durante unos segundos, se quedó callado. Sólo recorría con sus ojos aquel río que, con total seguridad, hubiera dicho que habría visto cientos de veces.
—¿Qué te pasa? —interrumpió su silencio —. Y no me digas que nada, porque los chicos de tu edad no suelen venirse solos a contemplar los patos —rió.
Normalmente, no hablaba de mis sentimientos con nadie. Y mucho menos si se trataba de un desconocido. Pero, en ese momento, no me importó sincerarme. Más bien, le agradecí que me lo preguntara.
—Pienso demasiado, ¿sabe? —confesé.
—Como todos, chico.
—Pero yo más que los demás, se lo aseguro —dije convencido.
—Eso dice todo el mundo con tu edad —añadió —. Te crees que los que andan por este parque vienen porque no tiene otra cosa que hacer, pero están tan jodidos como tú. Seguramente, algunos mucho más.
—¿Ha querido demasiado a alguien? —me dirigí a él con curiosidad.
—Nunca se quiere demasiado.
—¿Por qué? —pregunté intrigado.
—Porque tú eres lo que das —continuó —. Si dices que quieres demasiado significa que hay algo en ti que sobra. Y lo único decente que le queda al hombre nunca está de más. Créeme.
—¿Y si no me siento querido?
Alexei me miró como si hubiera encontrado, por fin, la solución al problema que llevaba horas tratando de resolver.
—Pues quieres aún más —contestó —. Ahí es cuando no puedes titubear. Exprimete. Saca todo lo que llevas dentro. Deja que no quede ni una gota de lo que sientas. Si no reponen ese cariño que llevas en tu interior, te acabarás marchando con la tranquilidad de haber sido siempre tu mismo.
Una lágrima me corrió por la mejilla.
—No te permitas dejar de lado lo único bueno que nos ha dado la existencia. Consúmete por amar —siguó diciendo —. Ese río antes era enormemente caudaloso, y ahora apenas corre agua. Cuando la última gota se evapore, estaremos todos convencidos de que no volverá a haber ninguna otra igual...
—Siempre existirán las lluvias y las tormentas —lo interrumpí.
—Eso es cierto —me dio la razón —. Pero este rio ya no será el mismo. Desde el día en el que se vacíe por completo, no...
Nunca nada es lo mismo. Todo se renueva. Nada es eterno y nada permanece.
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