El combate no había hecho más que comenzar. Agarré mi espada con fuerza y, en cuanto sentí el contacto frío con la empuñadura, los nervios huyeron despavoridos. —¡ En garde ! —grité movido por la adrenalina La esgrima era todo lo que me quedaba en la vida. La vivía como si toda mi existencia fuera a depender de ella. Desde que era un chaval, no ha habido ni una tarde en la que no haya desenfundado la espada. Practicaba sólo: con los peluches de mi habitación, entrenando técnicas al aire...; y, cuando iba al gimnasio con mi equipo, no había quién me ganara. Todos mis compañeros temían el momento en el que les tocara combatir conmigo. Muchos de ellos detestaban enfrentarse a mi porque su ego no les permitía perder contra un tío flaco y bajito. Francamente, no soy de las personas que impone mucho a primera vista. Aunque, también he de admitir que me gusta que me infravaloren de esa manera, para que después quién me critica se lleve una agradable sorpresa. La pelea no
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