El reloj marcó las doce del mediodía cuando Maximiliano Buendía se disponía a salir de la estación lunar GR74. Al jefe de la misión OmegaLunar le esperaba una jornada de mucho andar. Fuera no se oía nada. Aquel era el sonido de la luna. El silencio. Era la llamada del desconocimiento que, desde que el hombre había llegado a los seis continentes, le había producido una sed de conquista irremediable. Maximiliano lo estaba experimentando en ese momento. Sentía el deseo de explorar lugares nuevos, de ser la imagen de una nueva era en la historia de la humanidad. Desde que había llegado a la Luna, había estado preparando el que sería su hogar durante los próximos dos años. Su cuerpo ya le pedía acción. Un militar de su calibre, entrenado para misiones de alto riesgo, no podía quedarse mucho tiempo parado. Caminó durante horas y el traje le empezó a resultar molesto. El casco que evitaba que se asfixiara le estaba dañando el cuello, produciéndole un picor constante. «Tengo que v
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