Un día sentí brillar una estrella y supe que nunca me dejaría. Miré al cielo, triste y desilucionado, y al ver su luz sabía que estaba a salvo, que no había motivo para dejar de ser feliz y tener miedo. En ese instante pensé en que las estrellas mueren y, aún así, se las sigue viendo desde muy lejos. Sólo si cerramos los ojos las dejamos de percibir. Sólo si nos negamos a mirar hacia arriba dejarán de existir. Pues, aún cuando nos cueste entender la distancia, la horrible y traicionera lejanía, debemos comprender que somos polvo de estrellas que también aporta luz. Somos los guías de esos astros que nos buscan y a los que miramos por las noches, diciéndoles dónde estamos.
Quizás, haya quién piense que esté loco, pero, como si el dolor me hubiera dado un superpoder, yo podía distinguir mi estrella del resto. No temía perderla. No temía que un día mirara al cielo y ya no estuviera porque, desde que la vi por primera vez, su luz ya había penetrado en mí. Me había encontrado a millones de años luz, y me calentaba por dentro. Ahora sabía que alguien me podría ver desde la distancia y, sin reconocerlo, sería testigo de la historia de una estrella que nunca se rindió por estar junto a quién quería, introduciendo su luz en él antes de que el tiempo la matara como no pudo hacerlo la lejanía.
Me ha gustado mucho. Quien sabe que una de las estrella nos viene a buscar. ¿No dicen que cada uno tenemos una estrellas?
ResponderEliminarMuy buenas Mamen,
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Eso dicen, jajajajajaja. Al final las historias no son sino un fiel reflejo del mundo en el que vivimos. Gracias por el comentario, un saludo.
Lindo relato. Como comentan mas arriba, dicen que todos tenemos una estrella solo que unos las encuentran antes que otros. Saludos.
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