Antes de abrir la puerta, pensó en todo lo que había vivido la última semana en el pueblo. Su trabajo de investigación había sido un éxito y, en parte, se debía a un rasgo que solía detestar por encima de cualquier otro. La charlatanería. Se había pasado siete días recorriendo las calles de aquel lugar, hablando con sus habitantes y recopilando cientos de anécdotas en una libreta para su próximo libro. Todas eran brillantes. Quizás, se dijo, porque ninguna era irreal, cada una surgió del llanto y la sonrisa de quienes la contaban. Eran cuadros en los que los contrastes eran cuestiones muy delicadas. En algunos casos, demasiado frágiles, aunque no le preocupaba. Tenía estilo para lo difícil. Le gustaban los problemas. Cuando Marcos se dispuso a dar el primer paso, seguro y melancólico a la vez, le vinieron a la cabeza momentos tan memorables como aquel día en el que entró por primera vez en el bar de Ronaldo. Un hombre recién llegado a la tercera edad, y con un negocio replet
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