Un día vi una ballena azul en un barco con destino al norte de África. Zarpamos desde las Islas Canarias, unas preciosas ínsulas localizadas junto al Sahara Occidental, características por su clima y sus gentes, donde había pasado una semana de vacaciones. A mitad del camino, cuando aún se podía ver en el horizonte la tierra que acabábamos de dejar, el hermoso animal surgió de las profundidades del océano, sorprendiéndonos con su grandeza y elegancia. Todos los que íbamos en la pequeña embarcación nos quedamos asombrados. Salió un instante del agua para coger oxígeno y, con el mismo estilo con el que saltó, se volvió a meter por completo. Nunca había visto nada tan hermoso. Quizás, pensé, porque tampoco me había encontrado antes en un ambiente como ese, en donde la tierra y el mar se compenetraban de forma tan mágica.
—Es impresionante, ¿verdad? —me dijo de pronto una chica inglesa, colocándose a mi lado mientras veíamos cómo la ballena se alejaba desde la borda. Al girar la cabeza, observé sus profundos ojos marrones mirarme fijamente. Eran del mismo color que su pelo, el cual bailaba junto al viento con un hermoso contoneo que atraía las miradas de los demás pasajeros.
— Son espectaculares...—añadí volviendo la vista al océano, en donde ya no se veía al animal.
—Solo falta que aparezcan los delfines —añadió. Y, tras una pequeña pausa, me preguntó —¿Has visto delfines alguna vez?
—Ojalá —repuse—. Siendo sincero, nunca he estado anteriormente en un barco.
Me miró atónita, como si le acabase de contar la mayor de las locuras.
—Te lo prometo —reafirmé entre risas
—¿Y qué te está pareciendo?
—No pensé que me fuera a divertir tanto... He viajado en avión muchas veces, pero ninguna de ellas se asemeja ni por asomo a esto. Las olas, los animales marinos, la tierra en el horizonte pidiendo a gritos que la abordemos... Es como estar viviendo en una película.
Hasta llegar a África estuve hablando con aquella chica que, tal y como me imaginaba por su marcado acento, era natural de Londres. Estuvimos contándonos nuestros viajes por el mundo durante todo el tiempo. Le confesé mi intención de comenzar una nueva vida lejos de Europa, y, sumándose a mi, me desveló también algunas cosas sobre ella. Averigüe que era una médica comprometida con la inmigración en el Mediterráneo, que se había pasado gran parte de su estancia en las costas del continente. Contaba las desgarradoras historias de cientos de familias que trataban de cruzar a nado el mar huyendo de sus países, pereciendo muchos de ellos en el intento.
—No hay corazón que soporte tanto dolor —añadía al acabar de contar cada historia.
Se le notaba
La chica acabó perdiéndose entre el gentío del puerto. Sus pasos fueron abriendo el camino de mi nueva vida, y, aunque en ese momento no era realmente consciente de lo que me depararía el futuro, una parte de mí estaba confiada en mi éxito. Mis ojos la buscaban ansiosos, deseosos por encontrarla de nuevo y correr hacia ella. No la hallaba por ninguna parte. El lugar estaba repleto de policías y mercaderes de piel oscura. Y, cuando comenzaba a dar la búsqueda por perdida, el tiempo se paró unos segundos. Las manecillas del reloj dejaron de girar, poniendo fin a años de movimiento. Mis pulmones detuvieron su trabajo, impidiéndome respirar. Hasta las gaviotas, ajenas a mi realidad, se vieron entorpecidas en su vuelo, maldiciendo mis impulsos. Y entonces sonreí...
¡Me ha encantado tu microrrelato! ¡Con que sencillez describes la narración, el paisaje, los diálogos...! Y muy bien hilados todos los requisitos del reto, ¡enhorabuena! Gracias por participar, el viernes, como ya sabes, anotaré tu participación en mi blog. Así el resto de participantes y lectores podrán cotillearte. Un saludo, Cometa.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este micro, aunque me parece que es más largo que el anterior. Pero la experiencia del barco me ha gustado. Hace poco avisté en las aguas de Vigo cetáceos saltando y fue verlos tan cerca del barco toda una experiencia. Un abrazo.
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