Cuando el río esté vació, ya no habrá lágrimas que recuperen su caudal. No habrá intentos que no sean en vano ni vasos que no se queden pequeños para llenarlo. La desesperación se empoderará a veces, y la tranquilidad por saber que ya no se podrá hacer nada otras. Se nos vendrá a la memoria el agua fría, la mansa corriente, los patos nadando... Recordaremos los árboles frondosos, cuyas raíces bebían de su agua, los besos que se dieron a su orilla, las farolas que lo acompañaban en su recorrido... Será nuestro tesoro. No uno tangible ni valioso, sino uno por el que merezca la pena vivir. Aunque tan solo sea para reproducirlo mil veces en nuestra memoria. Aunque tan solo sea para tener un motivo por el que salvarnos de la muerte y soneír.
Pensé bajo aquella sombrilla que quizás era una bobería. El bullicio de la gente a mi alrededor había acabado por convertirse en un silencio del todo agradable. Únicamente se escuchaban las hojas movidas por el viento, y algún que otro pájaro de vez en cuando. En ese momento, pensaba en la ridiculez de mis pensamientos. Todas la personas que caminaban a mi alrededor eran momentáneas, al igual que mis intenciones por entablar una conversación con una chica que tenía a mi vera. Al día siguiente, seguramente, no la volvería a ver. El camarero llegó a mi mesa sudoroso. Se debía de haber pasado la mañana trabajando, pensé. Pedí la comida, unos espaguetis a la boloñesa, y volví a mirar a aquella chica. Era realmente guapa. Me pareció que hablaba en alemán, como muchas de la personas de aquel restaurante, y me fije en su melódica pronunciación. Sus amigas, sentadas frente a ella, la miraban con entusiasmo. Hablaban de lo que parecía ser una situación graciosa, por lo que me dejaba en
Comentarios
Publicar un comentario