¡Bienvenid@ a BookToLand! Te presento la primera entrega de la serie "Fuego Siciliano", de cuatro relatos. La historia trata sobre la resistencia de un pueblo frente a una invasión de la paz y la identidad propia, en la que las armas serán las únicas herramientas útiles en la vanguardia. Pero, tras la acción y la sangre, el amor y el recuerdo serán cruciales en la retaguardia, donde todos los integrantes de una sociedad en peligro deberán convencer y vencer en la lucha de las palabras.
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Me marché de Alicante un día gris y lluvioso. El tiempo fue la mejor de las representaciones de todo cuanto dejaba atrás. Sentí entonces una profunda tranquilidad, como si Dios me hubiera dado la oportunidad de comenzar una nueva vida. Pensé en los muertos y en todo el dolor que guardaba mi pasado. Me juré a mi mismo, desde la última fila de asientos del autobús, que jamás volvería a estar involucrado en aquellos negocios oscuros y clandestinos. No valía la pena. Al menos no se la valía a la memoria, que estaba condenada a vivir para siempre con una carga inhumana de sucesos imborrables. Al dejar atrás la ciudad, el campo se abrió paso frondoso, repleto de verde por todas partes. Los cultivos de naranjos parecieron haber crecido metros en apenas unas semanas, y la vegetación salvaje, alrededor de los terrenos, recargaba el paisaje de árboles y otras especies de plantas. Era realmente bello. Como la historia que, entre tanto horror, viví con Emma en el majestuoso hotel La Reconquista. Sus ojos, su nariz y su sonrisa se me vinieron a la mente como un rayo, fugaz y estruendoso. Aunque, suficiente para marcarme durante el resto del trayecto...
Estaba oculto en la habitación noventa y siete del hotel La Reconquista. Sentado en una mesa frente al pie de una cama de matrimonio, repasaba nervioso los mapas de la ciudad y el informe de la misión. Eran cincuenta páginas de datos sin fin. De vez en cuando, me levantaba y apartaba levemente la cortina de la ventana, asegurándome de que no había nadie sospechoso en la calle. Estaba histérico. Sentía como el nerviosismo me consumía por dentro y me hacía más difícil respirar. Aflojé el nudo de la corbata, y me senté sobre las sábanas desechas. Tenían que venir en cualquier momento, repetía una y otra vez en mi cabeza. No podían tardar mucho más. Entonces, sumergido en aquellos pensamientos, alguien llamó a la puerta. Fueron dos toques que resonaron por toda la habitación, rompiendo el silencio. Mi cuerpo entero se tensó. Abrí el primer cajón del escritorio y agarré con fuerza el revolver que guardaba con cariño. Era mi único protector ante la muerte. Lo único que me separaba de un penoso final.
—¿Diga? —dije tratando de sonar despreocupado. Me tumbé en el suelo y apunté hacia la puerta con las dos manos.
No se oyó nada durante un par de segundos, que para mi supusieron años de agonía. Se oyó un carraspeo de garganta, y se escuchó finalmente:
—Señor Lambert, soy Emma. La cocinera de la cafetería del hotel —aclaró —. Vengo a traerle el café que me pidió anoche le sirviese hoy al mediodía
≪¡Emma, claro!≫, pensé como si su llegada hubiera sido algo obvio. Sin embargo, ni siquiera había vuelto a pensar en ella desde la noche anterior, cuando me fijé en lo hermosa que era desde la barra del restaurante.
Guardé el arma tras el cinturón.
Abrí la puerta de caoba, sin perder ni un ápice de la tensión que había acumulado. Nos encontramos cara a cara. Vestía entera de blanco una chaqueta con botones y un pantalón de cocinero, y llevaba el pelo suelto. Algo raro, me dije convencido de lo estrictos que eran con ese tema en las cocinas. Ella me sonrió, dejándome embobado mientras miraba sus gruesos labios, cuando desde el final del pasillo se oyó una ráfaga de disparos. La agarré de la mano y la metí en la habitación, cayéndose el líquido de la taza.
—¿Qué ha sido eso? —gritó
La mandé a callar con gestos, evitando hacer ruido al hablar, y unos pasos resonaron sobre la moqueta del pasillo, lentos pero decididos. ≪Tac, tac, tac, tac...≫
—Túmbate —susurré
Los dos nos acostamos codo con codo en el suelo, teniendo la mitad del cuerpo bajo la cama, y decenas de agujeros de bala se abrieron en la puerta al instante. El ruido era ensordecedor. Algunas astillas salieron volando, y el aire se llenó de munición en busca de carne a la que atravesar.
—¡Dios mío! —gritó Emma, sin poderse contener
Luego, regresó el silencio pese a los reprimidos sollozos, que a veces se hacían notar, y Emma permaneció con los ojos cerrados. Se oyó el quejido de la puerta al abrirse, y apareció bajo el marco la figura de un hombre de rasgos sicilianos, vestido con gabardina y sombrero negros.
—¡Vaffanculo! —profirió al verme apuntarle con el revolver.
Dos disparos en la cabeza y se desplomó hasta nuestra altura.
Teníamos que salir de allí.
Corrimos por el pasillo de la mano y bajamos hasta el rellano por las escaleras. Emma no paraba de llorar. Pero lo único que me preocupaba en ese momento era la huida. Ella ya no podía estar sola. La podrían haber visto acercarse a mi puerta y era peligroso que la involucraran en la misión. Lo más probable era que esa misma tarde la matasen. Y si no me la hubiera llevado ni la hubieran visto los italianos, ya hubiese acabado con ella el Departamento, antes de lanzar su cuerpo al río. No tenía otra opción.
Antes de salir, nos ocultamos detrás del mostrador. Miré por encima de él, por si habían más sicilianos en la calle y vi a dos hombres con subfusiles. Eran copias idénticas del que había disparado unos minutos atrás. Descolgué un teléfono que había en la pared, y llamé a Marc. Como siempre, estaba aparcado en la parada de taxis frente a la salida, sentado en un Mercedes.
—Tiro al olivo —pronuncié
Unos segundos más tarde, dos disparos certeros acabaron con la vida de los mafiosos.
—¡Lambert, amigo! —vociferó Marc, entrando al edificio triunfante. En su mano derecha, una Parabellum nazi se mostraba brillante, siendo levantada por los aires protagonista.
Nos saludamos con un abrazo y le presenté a Emma. Estaba pálida y tenía un ligero temblor, que revelaba lo traumático de lo que había vivido.
—Al principio es normal —la trató de tranquilizar Marc —. Después te acostumbras...
—Debemos de ir a la parroquia —lo interrumpí —. Aquí no estamos seguros. Allí te lo contaremos todo —me dirigí hacia Emma —¿Me oyes?
Ella me miró y asintió inexpresiva. Quizás, a la espera de encontrarle un sentido a tantas balas disparadas y a tanta sangre derramada en un hotel, hasta entonces, alejado de los males que se planeaban en las sombras de Alcoy...
Próxima entrega: miércoles 28...
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