La mañana dio comienzo
al son de una melodía de trompetas que, causando aires de grandeza en los más
patrióticos, retumbaba por todo el paseo. Una fila de soldados apareció desfilando bajo
la atenta mirada de los espectadores que, en sus manos, hacían hondear banderas
del partido. Vaya espectáculo, diría, entre lágrimas, el más fanático.
Izquierda, derecha, izquierda, derecha… los pasos parecían cobrar fuerza a cada
segundo. Mientras tanto, el nuevo jefe de estado saludaba a sus subordinados
desde el balcón del palacio presidencial. Meras formalidades. Seguramente, de
no ser porque la larga tradición lo obligaba a estar allí presente, se
encontraría en su flamante salón, aprovechando las ventajas de su nueva vida
¿Quién no? Aunque, como en todo debate que se abra entorno a una figura tan
delicada como la de un presidente, siempre habrá quién niegue, coléricamente,
su goce, en una hipotética vida, fundado en el sudor de los demás. No lo
criticamos. Volviendo a la realidad en la que nos encontrábamos, en un abrir y
cerrar de ojos las tropas desaparecieron, llevándose consigo el estimulante
sonido de la marcha. La gente dejó de levantar las banderas por todo lo alto, y
tanto el primer ministro, como los espectadores, retomaron sus vidas.
Pensé bajo aquella sombrilla que quizás era una bobería. El bullicio de la gente a mi alrededor había acabado por convertirse en un silencio del todo agradable. Únicamente se escuchaban las hojas movidas por el viento, y algún que otro pájaro de vez en cuando. En ese momento, pensaba en la ridiculez de mis pensamientos. Todas la personas que caminaban a mi alrededor eran momentáneas, al igual que mis intenciones por entablar una conversación con una chica que tenía a mi vera. Al día siguiente, seguramente, no la volvería a ver. El camarero llegó a mi mesa sudoroso. Se debía de haber pasado la mañana trabajando, pensé. Pedí la comida, unos espaguetis a la boloñesa, y volví a mirar a aquella chica. Era realmente guapa. Me pareció que hablaba en alemán, como muchas de la personas de aquel restaurante, y me fije en su melódica pronunciación. Sus amigas, sentadas frente a ella, la miraban con entusiasmo. Hablaban de lo que parecía ser una situación graciosa, por lo que me dejaba en
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