Pienso en las hormigas. Sí. En esos insignificantes bichos que pisamos sin darnos cuenta, quemamos sin compasión y observamos con admiración. ¿Qué son? Para mí... nada. Sí, nada. ¿Por qué deberían de significar algo? No pienso constantemente en ellos, no soy como ellos, no puedo ponerme en su situación, pero, aún así, existen. Efectivamente, están ahí. ¿Y a quién le importa? Solo nos importamos nosotros mismos. ¿Qué más da lo que ocurra a nuestro alrededor si seguimos vivos? El mundo sigue. Los relojes no se detienen. ¿Triste? Puede ser ¿Real? Sin duda.
Pensé bajo aquella sombrilla que quizás era una bobería. El bullicio de la gente a mi alrededor había acabado por convertirse en un silencio del todo agradable. Únicamente se escuchaban las hojas movidas por el viento, y algún que otro pájaro de vez en cuando. En ese momento, pensaba en la ridiculez de mis pensamientos. Todas la personas que caminaban a mi alrededor eran momentáneas, al igual que mis intenciones por entablar una conversación con una chica que tenía a mi vera. Al día siguiente, seguramente, no la volvería a ver. El camarero llegó a mi mesa sudoroso. Se debía de haber pasado la mañana trabajando, pensé. Pedí la comida, unos espaguetis a la boloñesa, y volví a mirar a aquella chica. Era realmente guapa. Me pareció que hablaba en alemán, como muchas de la personas de aquel restaurante, y me fije en su melódica pronunciación. Sus amigas, sentadas frente a ella, la miraban con entusiasmo. Hablaban de lo que parecía ser una situación graciosa, por lo que me dejaba en
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