Solo suenan disparos. No hay paz. No hay tregua. El campo otrora silencioso ahora es dolor y guerra. Los girasoles que miraban al sol ya no saben a qué dirigirse para seguir viviendo y, mientras esperan, van muriendo. La niebla se ha hecho con el control. El amanecer era cosa del pasado. El anochecer solamente simboliza la oscuridad, pues incluso la luna y las estrellas se han perdido. Millones de partículas inundan el cielo y ninguna parece tener la respuesta. El mundo se ha vuelto loco. Y el loco ha pasado a representar a todo el mundo. Ni llorar calma ni cantar alegra. Llamen a dios, necesito una tregua. Llamen a dios, necesito una respuesta. ¿Es que nadie se ha dado cuenta?
Ahí estaba otra vez. Rosa había vuelto y, de entre el murmullo de decenas de instrumentos que se oían a través del patio interior, el violín había adquirido todo el protagonismo. Hugo la oía desde el piso de abajo. La facilidad que tenía para transmitir al acariciar las cuerdas con la vara lo mantenía atónito. Su control era absoluto. No había imperfecciones. Desde el techo, resonaba una melodía llena de pasión, con partes más calmas que hacían temer el final de la música, y otras repletas de vida, las cuales hacían que el pulso se acelerara y una alegría desmesurada se hiciera con el alma. Todo vibraba. Especialmente, el corazón de Hugo. Y, tal era su excitación interior que comenzó a tocar. Dio un salto desde el sillón y se sentó frente al piano. Sus dedos bailaron solos. Al principio, piano y violín estaban completamente desconectados el uno del otro. Pero la atención de Rosa no tardó en ser atraída por el sonido de las cuerdas del piano que, por unos segundos, sonó en solitario. S
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