Ir al contenido principal

El Pueblo Extraterrestre

El pueblo era un lugar silencioso. Siempre lo había sido desde que Arturo tenía conciencia. Había ido en dos ocasiones a la ciudad, cuando su madre debía poner en regla unos documentos, y no recordaba haber escuchado tanto ruido como aquel entonces. Desde ese día, aquella atmosfera misteriosa y acallada en la que vivía le habia comenzado a extrañar. Las casas del pueblo eran cuevas arregladas para su habitabilidad, convertidas en un símbolo turístico, y pintadas de blanco. Toda una ladera de la montaña estaba repleta de caminos rocosos con pendiente, flanqueados por pequeños huertos que servían de entrada a las viviendas.

Una mañana, fría como de costumbre, tocó la campana de Bonilla para ir a comprar el pan. Siempre se acompañaban el uno al otro a la panadería, situada en el pico de la montaña:

—¿Qué tal, Arturito? ¿Te enteraste de lo que pasó anoche? — le dijo, saliendo de su casa con la bolsa que le daba su madre para meter las barras.

—¿Tuviste ya la cita con Laura? —trató de adivinar

—Mejor, amigo. Vimos una nave espacial — añadió imitando con su mano el vuelo de una.

—¿Te bebiste el ron de tu padre, Bonilla? Dime la verdad.

—Te lo prometo, Arturo. Estaba acompañando a Laura a su casa, y de pronto lo vimos en el aire. Se acercó hacia nosotros desde las montañas de enfrente.

Al terminar de subir la pendiente, la anciana Robles abrió la ventana con el ceño fruncido y les siguió con la mirada.

—A esta la hemos despertado — murmuró Arturo.

Cuando doblaron una esquina, y vieron la panadería junto a la iglesia, notaron que se habían convertido en el centro de atención de todo el pueblo.

—¿A todos estos también los hemos despertado? — preguntó Bonilla sorprendido.

Siguieron su camino hasta la tienda, y notaron también como Juncalillo, el panadero, los miraba con atención.

—Bonilla, tú y yo tenemos que hablar — añadió — Vente a la trastienda con Arturito, que aquí nos pueden escuchar.

Arturo y Bonilla acompañaron al panadero a través de una puerta, y se encontraron en un cuarto bajo una bombilla que colgaba del techo. A su alrededor, la trastienda estaba llena de cajas con refrescos y paquetes de harina. 

—¿Cómo se te ocurre hablar de naves espaciales, Bonilla? — le recriminó Juncalillo al chico, que observaba toda la comida que había almacenada.

Arturo no se podía creer que aquel disparate hubiera llegado a oídos del panadero.

—¿Y cómo sabes eso, Juncalillo?

El panadero lo miró como si no pintara nada en la conversación, y volvió a preguntar:

—¿Acaso estás loco, Bonilla? Todo el pueblo esta revolucionado. ¿Vuestros padres no os han contado nuestra historia extraterrestre?

—¿Qué historia extraterrestres? — dijeron los dos a la vez

Juncalillo les ordenó que bajaran la voz. Su tensión se acrecentaba a cada segundo.

—Ni siquiera la trastienda es segura para esto —les confesó, entreabriendo la puerta y echando un vistazo fuera —. Cuando termine de trabajar, quiero verles en mi casa. Podrían acabar muertos por esta tontería. 

Ninguno de los dos entendía nada, pero accedieron con una curiosidad desenfrenada por saber qué estaba sucediendo.

Cuando el sol se escondió tras las montañas donde Bonilla había visto la nave espacial, los dos amigos fueron a la casa del panadero. Las luces de las farolas se encendieron y las nubes adquirieron tonalidades anaranjadas mientras subían por el camino de piedra. Al llegar a la casa, Bonilla tocó en la puerta tal y como Juncalillo le había dicho: “dos golpes, pausa, un golpe, pausa y tres golpes”.

A los pocos segundos, la mujer del panadero abrió:

—¡Pasad! Les estábamos esperando.

Bajaron por unas escaleras hasta el sótano, y lo que vieron les dejó a punto de desfallecer.

—¿¡¿Qué es eso, Juncalillo?!? — gritó Bonilla asqueado

Un cuerpo verdoso y húmedo, con la cabeza tan grande como cuatro pelotas de fútbol, estaba recostado sobre una mesa de madera. Los dedos eran más largos que los de una persona normal, y el tamaño un poco más pequeño que la media humana. Tras él, por el lado de sus gruesos pies, Juncalillo les esperaba con los brazos cruzados, como si no hubiera nada fuera de lo normal

—Esto es vosotros, ella y yo — respondió señalando a su mujer — Me complace anunciaros que todos somos extraterrestres en este pueblo, chicos

Arturo y Bonilla no podían apartar la vista de la mesa.

—La nave espacial que vistes con tu noviecilla eran nuevos vecinos llegando. Últimamente no van muy bien las cosas en nuestro planeta, por desgracia…

—¿Y por qué ninguno somos como él? —se atrevió a interrumpir Arturo

—Hay que sobrevivir en este planeta azul, Arturito. Los primeros de nosotros en llegar a la Tierra tuvieron que evolucionar hacia cuerpos más parecidos al de los humanos. ¿A ninguno le ha extrañado las rayas de su espalda?

Se hizo el silencio. Era demasiada información en tan poco tiempo.

—¿Tú también las tienes, Arturo? —susurró Bonilla

—Pensaba que eran marcas de nacimiento…

—Pues te equivocabas — reveló Juncalillo—. Son marcas de nuestras antiguas branquias…

—¿Y cómo se ven los que no han vivido en la Tierra? —dijo Bonilla

Los tres se adentraron en el interior de la montaña a través de las cuevas, y, al llegar a lo más profundo, vieron cientos de extraterrestres trabajando en miles de minas a gran profundidad.

—Los que aún no se parecen a nosotros, viven dentro de la montaña. Ellos extraen la razón por la que estamos aquí. Nuestro pueblo es una simple coartada.

El resto de la historia, ninguno la podía creer.




Comentarios

  1. Me ha encantado, Ulises. Una historia original, muy bien ambientada. Se siente el desconcierto de los protagonistas y la intriga del final deja con ganas de más. Un relato estupendo. Felicidades y mucha suerte.

    ResponderEliminar
  2. Hay que comenzar un censo en la tierra para identificar quien es humano y quien no.

    Si ya hay un pueblo pueden haber cientos mas en diferentes partes del planeta. En cuestion de tiempo puede haber un conflicto de escala planetaria

    ResponderEliminar
  3. Buen relato, Ulises. Bien pudiera darse el caso de estar infiltrados sin darnos cuenta (a veces pienso que sí). Una buena historia con un final de intriga para dejarnos la curiosidad en vilo. Anímate a seguirla y nos lo cuentas en otra entrega.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  4. Genial, Ulises. En Argentina, más precisamente en Córdoba hay un cerro llamado el Uritorco donde dicen que se ven naves extraterrestres con cierta frecuencia, y no se sí se ha hablado también de alguna abducción. Sería al revés de tus extraterrestres escondidos trabajando bajo la tierra, o disfrazados de humanos. Podríamos serlo todos... Una idea inquietante en un relato muy agradable de leer.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Muy original relato, buen ritmo y al final dejas a la imaginación muchas cosas. Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Muy original y un buen final. Suerte. Saludos

    ResponderEliminar
  7. Si Stephen King imaginó, en su novela Salem's Lot, un pueblo habitado por vampiros, tú le has dado la vuelta y lo has ocupado con extraterrestres. Admito que prefiero a estos que a los chupa-sangre, pues tus extraterrestres parecen ser mucho más amables, je,je.
    Una historia muy original y entretenida.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. Hola, Ulises. Al final se desveló el secreto de ese pueblo. Supongo que por apartado no haya mucho turismo y que los nativos sean vegetarianos, aunque si no lo fueran darían lugar a una segunda entrega mucho más siniestra que esta. Saludos y suerte 👽🖖🏼

    ResponderEliminar
  9. Buenos días Ulises, aquí andamos de nuevo por Tintero.
    Aunque hay muchos más, dado lo montañoso de nuestra orografía canaria, me he imaginado el pueblo de Artenara, donde hay tantas cuevas casas enclavadas entre montañas.
    Te felicito. El relato es ingenioso, y parece formar parte de algo más extenso, y sí no es así, te animo a continuarlo porque tiene mucha tela, tengo curiosidad por conocer que minerales extraen del interior de las montañas, lo que al parecer, es tan básico para la supervivencia de los extraterrestres (la razón de su existencia)
    Un fuerte abrazo de tu paisana isleña.

    ResponderEliminar
  10. Hola Ulises. Derrochas mucha imaginación con este relato, todo un pueblo de extraterrestres infiltrados en la humanidad para hacerse con nuestros minerales. El relato bien podría ser la introducción a una historia más compleja, pues nos hemos quedado con ganas de saber más acerca del objetivo último de esa mina, así que te animo a que la continúes. Mucha suerte en el Tintero. Un saludo.

    ResponderEliminar
  11. Gracias, Ulises, por participar con este relato en el homenaje a HG Wells y La guerra de los mundos. Un abrazo y suerte!

    ResponderEliminar
  12. Hasta no leer toda la historia no llegas a comprender la en su totalidad, y eso está bien, pues mantienes el misterio y la intriga.
    Pudiera ser, viendo las rarezas de algunos individuos, que los extraterrestres ya estén habitando entre nosotros.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  13. ¡Hola, Ulises! Has escrito un relato muy ameno y agradable de leer. Le has imprimido mucha intriga a la trama, dejando un final abierto que te deja con muchas ganas de seguir leyendo. ¡Suerte en el concurso! Un abrazo, compañero.

    ResponderEliminar
  14. Qué miedo da pensar que el vecino pueda ser alguien extraño, no humano. Relato de suspense con un final que da para pensar. Felicidades! Suerte y saludos!

    ResponderEliminar
  15. Hola, Ulises. Tu relato resulta muy creativo y derrocha imaginación. Los diálogos consiguen avivar el ritmo evitando que el desarrollo llegue a estancarse en ningún momento. Es difícil describir con acierto una raza extraterrestre y sin embargo tú lo haces muy bien en tu relato. Me ha gustado la historia. Buen trabajo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  16. Gran relato has escrito Ulises!! Me ha encantado!! Es lo que pienso siempre; cuando voy caminando se que me estoy cruzando con alguno de ellos, lo siento pero no puedo detenerlo en su marcha para preguntarle. Puedo terminar internado...Éxitos en tu participación en el concurso. Un cordial saludo.

    ResponderEliminar
  17. Excelente historia, Ulises. Muy buen manejo de la tensión narrativa y una potente inventiva. Muy simpáticos los personajes. Un saludo.

    ResponderEliminar
  18. Hola, Ulises. Un relato que empieza con un toque costumbrista en los diálogos que a mi me ha gustado mucho. Le dan ritmo al relato y vas de la mano de los personajes a lo largo de la historia, parece que caminas con ellos. El final con sorpresa le queda muy bien. Un saludo y mucha suerte.

    ResponderEliminar
  19. Ulises, gran historia donde nada es lo que parece y todo tiene un doble significado. Me encantó que pusieras el encanto de un pueblo al son de una verdad oculta. Los pueblos tiene ese no sé qué que despierta un misterio distinto al resto, en sí, son como epicentros de otras realidades. En tu caso, una realidad totalmente sorprendente.
    Me encantó.
    Una abrazo!

    ResponderEliminar
  20. Bueno, Ulises. Te relato me ha sabido a poco. ¡Quiero más! Deseo saber más de ese pueblo, de los que trabajan en las cuevas y de la razón por la que los extraterrestres están en la Tierra.
    Te deseo lo mejor en el concurso. Un saludo.

    ResponderEliminar
  21. Tu relato me recordó a una canción de Andrés Calamaro que dice: "Fabio Zerpa tiene razón/Hay marcianos entre la gente/No sé que quieren ni de dónde son/Ni que hacen aquí en la tierra/Pero de algo estoy seguro/Que están copando el mundo a traición".
    Me pregunto cuantos extraterrestres estarán copando el mundo a traición, y nosotros ignorantes de eso.
    Un saludo y suerte en el concurso.

    ResponderEliminar
  22. Hola, Ulises. Al final va a ser cierto que llegaron hace tiempo y se están adaptando. Supongo que lo que buscan dentro de la montaña será algún elemento vital para su subsistencia. El relato ha sido original e intrigante desde que se anuncia la llegada de un platillo. Me ha gustado. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  23. Ya llevamos entonces, hace un buen tiempo invadidos. Esperemos su misión no sea el exterminio, sino por el contrario hacer mejor este planeta. Buen relato, saludos.

    ResponderEliminar
  24. Hola Ulises, genial los diálogos, la caracterización, el entorno enigmático del relato me ha encantado, esos personajes tan cotidianos y de pronto convertidos en una oleada que desde tiempo atrás habitan la tierra. Muy buena historia, que revela el alto novel de la convocatoria, enhorabuena¡¡ Saludos y suerte en el tintero.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Disculpa de Sara Calloway

 Sara Calloway murió el cinco de enero del año dos mil ochenta y siete, entre remordimientos y penas. Tenía ochenta y cuatro años cuando abrió por última vez los ojos de aquel cuerpo repleto de arrugas, ojeras y marcas de una vida cargada de dificultades. El día de su fallecimiento, sus cuatro hijos lloraron desconsolados su muerte frente a la cama del hospital, pensando más en los momentos que no tuvieron junto a su madre que en los pocos recuerdos felices que disfrutaron a su lado. «Que dura ha sido la vida», repetía Margarita, la cuarta de ellos, apesadumbrada. Estaba empapada en sudor y las lágrimas no se distinguían de los goterones que emanaban de su frente. Aquellas palabras cargaban mucho dolor, pero también desesperación y rabia. En un último intento, trataba de hacérselas llegar a su madre, rindiéndose ante el reloj, el cual mantuvo su orgullo tan alto que le impidió sincerarse alguna vez sobre la crudeza de su vida. Cuando minutos más tarde se llevaron a su madre y sus herma

La belleza que permanece...

 Moses estaba sentado en la sala de espera del hospital. Los sillones de cuero rojo y las dos neveras que ocupaban el lugar estaban iluminados, exclusivamente, por las luces frías del techo. A través de las ventanas reinaba la oscuridad. El cielo se veía tan negro como Moses pensaba en ese momento su futuro. Nunca se había planteado un mañana sin su abuela. A decir verdad, ni siquiera se había imaginado viviendo durante demasiado tiempo alejado de ella. Una lágrima le corrió por la mejilla.  «Deja de pensar», se reprendió mientras sentía cómo su corazón se desmigajaba.  Entonces, una enfermera con cara de haber trabajado más horas de las que debería, se acercó a él. Se sentó a su lado y se quitó la cofia.  — ¿Sabes una cosa? -añadió con la determinación de quien había vivido la misma catástrofe mil veces y, pese a todo, aún le quedaba la ternura del alma  — Cada semana veo a gente morir. Algunas, soy testigo del final de la vida cada día. Pero, desde hace unos años, no pienso en toda l

La Raza de Oro

 De la tierra brotó un hombre. Aparecían cada cierto tiempo alrededor de la aldea, repleta de cabañas de bambú. Nadie había visto las semillas de la creación. Tampoco les importaba. Le llamaron Zeus. Entre el gentío que se reunió, curioso al verlo llegar de entre la vegetación, alguien mencionó el nombre. Nadie lo había escuchado antes. Tampoco les importaba de dónde había surgido. Festejaron durante el día y la noche. Bailaron al son de las palmas en el centro de la aldea,  reservado para los eventos sociales, y bebieron la bebida sagrada que les dejaban los dioses en el único pozo que había. El cuerpo no les pedía descanso. Sólo cuando cantaron todas las canciones y completaron todos los pasos de baile, se fueron a dormir. No por necesidad ni aburrimiento. Era como un acto reflejo. Nadie se había detenido a pensar mucho en ello. Tampoco les importaba. Eran felices. Aunque ni siquiera se molestaban en reparar en las razones de su felicidad. Era algo intrínseco a su naturaleza.  Cuando

El Amor Tras la Frontera

 La frontera era un lugar especial. Allí, sucedían cosas que no se veían en otras partes. Se observaba el comercio más feroz y las negociaciones más intensas. Los vendedores de Sudán cruzaban el puente que los separaba de Chad, y luchaban las ventas hasta la puesta del sol sin descanso. Por el contrario, los habitantes de Chad se aprovechaban de los precios más bajos que le ofrecían los sudaneses, dándose con un canto en los dientes con cada compra. Aquel mundo siempre había entusiasmado a Ousman, un joven chadiense, de familia adinerada. Su padre trabajaba en Francia como médico, y él había vivido allí casi toda su vida. Estudió Sociología en la Université Lumière , en Lyon, siete años atrás. Aunque, su sueño siempre había sido regresar al país que lo vio nacer. Pensaba en las calles de Lyon, y en su alocada vida como universitario, cuando una mujer le tocó el hombro. -Oiga, ¿por casualidad venderá verduras? -dijo, con un tono que denotaba que se había pasado de pie demasiado tiempo.