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Comenzar a ser Feliz

Miré a mi alrededor y pensé que debía haber vuelto a nacer. Todo lo que había aprendido se había quedado reducido a la inexistencia: mis gestos, mi risa, mi mirada... Llegué a creer que estaba muerto, y la indiferencia de quienes me rodeaban eran imaginación de los últimos resquicios de mi mente. Incluso su sonrisa, vista entre el caos, supuse que seria la forma en que la vida se despedía de mi. La forma en que el mundo te hace sentirte con ganas de volver a resurgir.  Aquella cara y aquellos ojos eran el ejemplo de lo que nunca tendría, bien si su recuerdo me daba esperanza por que siempre me acompañase a donde me tocara ir. No todo estaba muerto, pese a que, por dentro, no me quedaban ganas de volver a vivir. La vida se había desvanecido y, con ella, a una nueva persona le tocaría sufrir, y, a mi, por suerte, comenzar a ser feliz.

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A Millones de Años Luz

 Un día sentí brillar una estrella y supe que nunca me dejaría. Miré al cielo, triste y desilucionado, y al ver su luz sabía que estaba a salvo, que no había motivo para dejar de ser feliz y tener miedo. En ese instante pensé en que las estrellas mueren y, aún así, se las sigue viendo desde muy lejos. Sólo si cerramos los ojos las dejamos de percibir. Sólo si nos negamos a mirar hacia arriba dejarán de existir. Pues, aún cuando nos cueste entender la distancia, la horrible y traicionera lejanía, debemos comprender que somos polvo de estrellas que también aporta luz. Somos los guías de esos astros que nos buscan y a los que miramos por las noches, diciéndoles dónde estamos.    Quizás, haya quién piense que esté loco, pero, como si el dolor me hubiera dado un superpoder, yo podía distinguir mi estrella del resto. No temía perderla. No temía que un día mirara al cielo y ya no estuviera porque, desde que la vi por primera vez, su luz ya había penetrado en mí. Me h...

Revívelos

Poema  Suenan voladores, risas, canciones. Ríos llenos. Parejas, amor y trovadores. Todo es perfecto en el mar, el cielo y miradores. Pero, dentro de mí: corazón sordo, ojos ciegos y temores. No hay descanso en el mundo, tu sonrisa baila, vive, embellece. La mía apagada, sin vida enloquece. Tus ojos llenos, vivos y profundos. Los míos mirándote perdidos y sin rumbo. No me pidas palabras, se las llevó el viento. No me supliques que regrese, el pasado se llevó mis labios, pupilas y latidos. Los tuyos aún siguen vivos. Quédatelos. Revívelos. De los míos aléjalos. Mantenlos con vida.

Gritos de Dolor

 Sus ojos eran lágrimas. O, al menos, así me los imaginaba mientras en la oscuridad de mi cuarto miraba al techo. Estaba muerto de miedo. No me podía imaginar qué podía ser tan doloroso como para generar ese llanto que, cuando la luna surgía, parecía eterno. El desconsuelo con el que aquella chica lloraba era desgarrador y, durante varias noches, su dolor era mi desvelo. Mi cabeza daba vueltas y vueltas tratando de entender. Algunos días se dejaba escuchar la voz de un hombre a través del techo. Me preguntaba si sería él el causante de todo aquel sufrimiento. ¿Amor? ¿Desamor? ¿Infidelidades? ¿Inseguridades? Cualquier pista que me ayudara a comprender, me daría la paz que el primer grito que escuché aquel día me arrebató. La primera noche, cuando oí aquel alarido desgarrador, subí al piso que estaba justo encima del mío. Fui en bata y con unas pantuflas descoloridas, decidido a averiguar a qué se debía aquel quejido. Mientras subía las escaleras, mi cabeza no dejó de recrear cientos...

No dejes que me pierda

 Sentir que nada va bien, que te vas apagando poco a poco en silencio y sin motivo. Las calles ahora parecen tristes, no hay gente ni tampoco luces. En la oscuridad, todo es más confuso. El gentío, las risas, los bailes... pertenecen a otro mundo. Nada es justo: El sol ya no está, y la luna aun no ha llegado; los ríos no llevan agua, y el verano hace tiempo que se ha acabado. Le suplico al destino que encause mi futuro. "No dejes que me pierda", le ruego, "en esta oscuridad nada es bonito, ni yo ni nadie ni el rumbo. Llévame por otro caminos, más iluminados y bonitos. Enséñame nuevos lugares, sin melancolía ni tristeza, silencios ni diluvios". "No dejes que me pierda", le repito, "aún sé que quedan alegrías, días y triunfos. Aún sé que en sus ojos yo puedo ser el hombre que nunca tuvo".