La noche había caído sobre la ciudad después de un día espléndido. El cielo permaneció azul durante todo el tiempo, sin nubes y con una temperatura perfecta, permitiendo a Esteban y sus amigos disfrutar de una fiesta frente a la barbacoa de lo más entretenida. Celebraban el final de la etapa universitaria y el comienzo de una nueva vida. Algunos de sus compañeros tenían pensado marcharse de allí, buscando nuevas experiencias de las que poder hablar a sus futuros nietos, con las miras clavadas en otros países u otras regiones del estado. Para ellos, ese día sería una despedida, pese a que ninguno sabía hasta cuando. Sin embargo, no todos querían lo mismo. Y, sin ser menos ambiciosos, también había quién se conformaba con continuar viviendo en el mismo sitio de siempre. Como Esteban. Le encantaba el ambiente que se respiraba en el centro, y nunca se había visto viviendo en otro lugar. Echaría de menos a aquellos con los que más había convivido en los últimos años, pero también sabía que no acababa todo ese día. Tan solo era el fin del principio.
La fiesta se celebró en la azotea de su casa. El único vecino que tenía en el edificio, de solo dos plantas, había fallecido unos meses atrás, y ocupó su parte de la terraza para que estuvieran más cómodos. Al principio, se sintió mal por estar allí sin permiso. Desde que era pequeño, había visto a Paulo tomar el sol sentado en su butaca los fines de semana, y siempre había sido muy agradable con él y su familia. Cuando lo veía, se ponían a hablar de fútbol y de lo genial que eran las fiestas en la universidad. Lo único que lo reconfortaba era pensar que, de estar vivo, seguro que le habría dado su consentimiento. De hecho, se dijo, lo más probable era que hubiese acabado bailando y bebiendo con ellos, convirtiéndose en el alma de la fiesta. Aquel viejo no dejaba pasar la oportunidad de menear sus caderas.
A las dos de la mañana, ya todos se habían marchado. Después de las risas, la música y el alcohol, había llegado el momento de las lágrimas. Esteban no era del tipo de persona que solía llorar, pero cuando le tocó decir adiós no pudo evitar hacerlo. Dejaría de ver a diario a aquellos con los que, durante los mejores cuatro años de su vida, había compartido los momentos más felices. Y eso no debía de ser fácil para nadie. Sentado en una silla de playa, bajo las estrellas, se puso a recordar aquellos días que pertenecían entonces al pasado. En soledad, con la única compañía de la caseta de madera de Paulo, se reía al rememorar anécdotas graciosas. Hasta que un grito, en mitad de la noche, le estremeció el cuerpo entero. Dejó la cerveza en el suelo, y se levantó ipso facto.
No sabía con certeza de dónde había salido el alarido. Sus ojos, antes marcados por la pena, permanecían completamente abiertos. Detrás de la silla, no vio más que la puerta que daba a las escaleras. Nadie había entrado ni nadie había salido. Su azotea estaba entre otros tres edificios más grandes que el de él, y no pudo averiguar si lo que escuchó provenía de alguno de ellos. Estaba sólo entre tres inmensas paredes, en la mitad de Paulo, con su cabaña a un lado y la calle enfrente. Decidió asomarse, para ver si el grito procedía de algún loco que estuviese vagabundeando, y no vio a nadie. El barrio entero dormía. Pero él lo había oído, estaba seguro. El alcohol no podía causarle esos efectos. Sobretodo cuando había bebido tan poco.
Volvió a sentarse de nuevo, con el corazón latiéndole a toda velocidad, y miró la graduación de la cerveza. Apenas un siete por ciento. Unas gotas de sudor frío le recorrieron la frente. ¿De dónde había venido el dichoso grito? Nunca antes había escuchado uno que pareciera expresar tanto dolor y desesperación. Y, lo que más le sorprendía era que, de todas las ventanas que tenía enfrente, ninguna hubiera mostrado a algún vecino alarmado. ¿Es que nadie lo había oído?
Sin poder quitárselo de la cabeza, recogió la silla y se dirigió a las escaleras. Abrió la vieja puerta y, rompiendo de nuevo el silencio, se escucharon unos golpes en el interior de la caseta. Esta vez, el sudor se apoderó de todo su cuerpo. Apoyó la silla en la pared, que mostraba, bajo la luz de la luna, la pintura corroída por la lluvia, y caminó lentamente hacia la cabaña. A cada paso que daba, estaba más convencido de que acercarse sería un error. Todo su cuerpo se movía en tensión. Otro golpe sonó tras la puerta.
« No te acerques más », se repetía
Pero sus piernas continuaban avanzando. Al estar a unos pocos pasos de la caseta de Paulo, se fijó en que el candando que protegía lo que había dentro estaba tirado en el suelo.
«¡Bum!» , volvió a escucharse.
ーQue dios me ayude... ーmurmuró, cuando del interior, tras abrirse apenas la puerta, una mano se extendió por el hueco.
ー¡No!ー dijo Esteban llorando. Su corazón estaba apunto de salir por la boca.
El grito de dolor volvió a estremecerle el cuerpo y, sin saber cómo, su mano se extendió hacia la otra. El contacto le resultó escalofriante. La palma estaba a una temperatura bastante más baja que la de la noche, como si fuera la de un muerto, y las uñas sobresalían de los dedos sucias. Estando a punto de desvanecerse, sintió, de repente, como lo que fuera que estuviera al otro lado tiraba de él hacia dentro. «Socorro», trató de gritar, sin llegar a pronunciar más que un tímido sonido. Sus cuerdas vocales le estaban fallando.
Cuando se dio cuenta, estaba tirado en el suelo de la caseta. Lo último que vio fueron unos ojos que, en la oscuridad, los podía ver inyectados en sangre. Después de eso, la puerta de la cabaña se cerró, el candado volvió a ponerse en su sitio y la silla se desplegó de nuevo en la mitad de Paulo, junto a dónde Esteban había desaparecido para no ser visto de nuevo jamás...
La fiesta se celebró en la azotea de su casa. El único vecino que tenía en el edificio, de solo dos plantas, había fallecido unos meses atrás, y ocupó su parte de la terraza para que estuvieran más cómodos. Al principio, se sintió mal por estar allí sin permiso. Desde que era pequeño, había visto a Paulo tomar el sol sentado en su butaca los fines de semana, y siempre había sido muy agradable con él y su familia. Cuando lo veía, se ponían a hablar de fútbol y de lo genial que eran las fiestas en la universidad. Lo único que lo reconfortaba era pensar que, de estar vivo, seguro que le habría dado su consentimiento. De hecho, se dijo, lo más probable era que hubiese acabado bailando y bebiendo con ellos, convirtiéndose en el alma de la fiesta. Aquel viejo no dejaba pasar la oportunidad de menear sus caderas.
A las dos de la mañana, ya todos se habían marchado. Después de las risas, la música y el alcohol, había llegado el momento de las lágrimas. Esteban no era del tipo de persona que solía llorar, pero cuando le tocó decir adiós no pudo evitar hacerlo. Dejaría de ver a diario a aquellos con los que, durante los mejores cuatro años de su vida, había compartido los momentos más felices. Y eso no debía de ser fácil para nadie. Sentado en una silla de playa, bajo las estrellas, se puso a recordar aquellos días que pertenecían entonces al pasado. En soledad, con la única compañía de la caseta de madera de Paulo, se reía al rememorar anécdotas graciosas. Hasta que un grito, en mitad de la noche, le estremeció el cuerpo entero. Dejó la cerveza en el suelo, y se levantó ipso facto.
No sabía con certeza de dónde había salido el alarido. Sus ojos, antes marcados por la pena, permanecían completamente abiertos. Detrás de la silla, no vio más que la puerta que daba a las escaleras. Nadie había entrado ni nadie había salido. Su azotea estaba entre otros tres edificios más grandes que el de él, y no pudo averiguar si lo que escuchó provenía de alguno de ellos. Estaba sólo entre tres inmensas paredes, en la mitad de Paulo, con su cabaña a un lado y la calle enfrente. Decidió asomarse, para ver si el grito procedía de algún loco que estuviese vagabundeando, y no vio a nadie. El barrio entero dormía. Pero él lo había oído, estaba seguro. El alcohol no podía causarle esos efectos. Sobretodo cuando había bebido tan poco.
Volvió a sentarse de nuevo, con el corazón latiéndole a toda velocidad, y miró la graduación de la cerveza. Apenas un siete por ciento. Unas gotas de sudor frío le recorrieron la frente. ¿De dónde había venido el dichoso grito? Nunca antes había escuchado uno que pareciera expresar tanto dolor y desesperación. Y, lo que más le sorprendía era que, de todas las ventanas que tenía enfrente, ninguna hubiera mostrado a algún vecino alarmado. ¿Es que nadie lo había oído?
Sin poder quitárselo de la cabeza, recogió la silla y se dirigió a las escaleras. Abrió la vieja puerta y, rompiendo de nuevo el silencio, se escucharon unos golpes en el interior de la caseta. Esta vez, el sudor se apoderó de todo su cuerpo. Apoyó la silla en la pared, que mostraba, bajo la luz de la luna, la pintura corroída por la lluvia, y caminó lentamente hacia la cabaña. A cada paso que daba, estaba más convencido de que acercarse sería un error. Todo su cuerpo se movía en tensión. Otro golpe sonó tras la puerta.
« No te acerques más », se repetía
Pero sus piernas continuaban avanzando. Al estar a unos pocos pasos de la caseta de Paulo, se fijó en que el candando que protegía lo que había dentro estaba tirado en el suelo.
«¡Bum!» , volvió a escucharse.
ーQue dios me ayude... ーmurmuró, cuando del interior, tras abrirse apenas la puerta, una mano se extendió por el hueco.
ー¡No!ー dijo Esteban llorando. Su corazón estaba apunto de salir por la boca.
El grito de dolor volvió a estremecerle el cuerpo y, sin saber cómo, su mano se extendió hacia la otra. El contacto le resultó escalofriante. La palma estaba a una temperatura bastante más baja que la de la noche, como si fuera la de un muerto, y las uñas sobresalían de los dedos sucias. Estando a punto de desvanecerse, sintió, de repente, como lo que fuera que estuviera al otro lado tiraba de él hacia dentro. «Socorro», trató de gritar, sin llegar a pronunciar más que un tímido sonido. Sus cuerdas vocales le estaban fallando.
Cuando se dio cuenta, estaba tirado en el suelo de la caseta. Lo último que vio fueron unos ojos que, en la oscuridad, los podía ver inyectados en sangre. Después de eso, la puerta de la cabaña se cerró, el candado volvió a ponerse en su sitio y la silla se desplegó de nuevo en la mitad de Paulo, junto a dónde Esteban había desaparecido para no ser visto de nuevo jamás...
Hola Ulises, me da mucha alegría que un paisano mío escriba tan bien, y un cuento de terror ¡con lo difíciles que son!
ResponderEliminarPor cierto, ¡anda que a los canarios nos gusta un tenderete en las azoteas!
Me gusta tu relato por varias razones.
La primera es que en un entorno lúdico (una fiesta de despedida), y cuando menos se espera, un grito acabe con el clima festivo.
Segundo: el chico no es aprensivo, mira incluso los grados de la cerveza intentando buscar una explicación a los gritos. No es aprensivo ni es propenso a imaginar.
Tercero: el modo en que gradúas la tensión, sin acelerar acontecimientos.
Un saludito y cuídate mucho Ulises.
¿Qué puede haber más aterrador que la soledad en la oscuridad de la noche? El ambiente en el que has situado el relato ya nos pone en guardia, sobre todo después de que la fiesta se haya acabado y Esteban se quede solo en ese lugar, que para más inri pertenecía a alguien fallecido recientemente. Buen escenario de arranque, al que se añaden un grito en mitad de la noche y una caseta misteriosa que oculta lo que hay en su interior. El relato aumenta en tensión a medida que avanza y percibimos la angustia de Esteban, que duda entre salir corriendo o no rendirse ante lo inexplicable. Por desgracia para él eligió lo segundo y en vista de lo acontecido, lo pagó muy caro.
ResponderEliminarUn relato terrorífico que cumple las expectativas de la convocatoria. Mucha suerte, Ulises. Un abrazo.
Hola, Ulises. Me sumo al comentario de Jorge. El escenario es propicio para generar el clima que se va intensificando a medida que avanza. El final es escalofriante.
ResponderEliminarUn abrazo
Qué buen relato, Ulises! A mí también me ha gustado mucho. Has creado muy bien el clima e ido dosificando la tensión hasta llegar a ese final aterrador. Felicidades y mucha suerte en el Tintero.
ResponderEliminarUna hamaca, una caseta y la soledad tras las despedidas. un caldo de cultivo para las ensoñaciones terroríficas, si además suenan golpes y gritos en el entorno, apaga y vámonos...el miedo a lo desconocido está asegurado.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Hola, Ulises! Un placer saludarte de nuevo.
ResponderEliminarTras una amplia presentación, que calificaría de acertada táctica para jugar al despiste con el lector, como sucede en el género policiaco, presentándonos un escenario festivo, agradable y donde resulta difícil sospechar algo perturbador, nos tienes preparado un buen giro a partir del grito en mitad de la noche y donde el prota se halla completamente solo.
Ya, dentro del nudo de la historia, sabes manejar los elementos indispensables para cualquier relato de terror y además graduando los factores de intriga y tensión de menor a mayor intensidad, como es aconsejable en estos casos.
Las frases justas con palabras sugerentes para desconcertar al lector.
Destaco también el desenlace donde despliegas tus conocimientos narrativos, respecto a este género, que si no se maneja adecuadamente, en lugar de miedo puede resultar patético el resultado.
¡Felicidades y mucha suerte en el Tintero!
Cariñosos saludos.
¡Uff! Qué arte el tuyo para irnos llevando progresivamente de una fiesta entre amigos al terror más absoluto. Es verdad que la noche, la despedida, la cabaña, el dueño recién muerto..., son pistas que te ponen sobre aviso, pero el final totalmente inesperado. De infarto.
ResponderEliminar¡Felicidades, Ulises! Suerte en El tintero.
Estoy temblando. Lo que no entiendo es por qué un vecino tan amable y fiestero mientras estuvo en el mundo quiera de pronto llevarse al pobre Esteban. Claro que es mía la suposición de que fue e´l. Dejas alguna sospecha por el lugar, pero bien podría ser que el pobre vecino hubiera sufrido él mismo su fin a manos del inframundo. En fin, que da para que la cabeza gire toda la noche sin dormir. Por otro lado, miremos ese grupo que se despide de la vida universitaria partiendo cada uno para su lado y dejando a Esteban solo en su mundo de siempre. Ese es también un tema y un momento de terror. Mis más cálidas y temblorosas felicitaciones.
ResponderEliminarHola, amigo Ulises! Soy Beri. Tu relato de terror me ha gustado mucho porque has sabido elegir con gran sabiduría narrativa el mejor momento para introducir el elemento terrorífico (en este caso, el alarido), el cual hace que la supuesta seguridad del protagonista se derrumbe. También es muy perturbador que Esteban se vea atacado por el espíritu o el fantasma de ese vecino de quien precisamente guardaba tan buen recuerdo. Para mi gusto tu historia está muy bien resuelta, incluyendo un giro final que te deja la sangre helada. Felicidades y mucha suerte en el concurso, compañero. Un abrazo y cuídate mucho!!
ResponderEliminarHola Ulises, has creado una historia de terror excelente donde dentro de la normalidad de una fiesta de noche cuando el protagonista se queda sólo en la azotea oye un grito que cambia la tranquilidad, en la noche. Me ha gustado . Un abrazo.
ResponderEliminarUn relato de lo más escalofriante, Ulises, con un buen puñado de preguntas a las que dar vueltas en la cabeza. ¿Era el espíritu de Paulino el que dejó encerrado para siempre a Esteban? Y si es así, ¿por qué? ¿Por invadir su terraza? ¿Sería Paulino el guardián de que ese espíritu no saliera de la caseta?... Cómo te digo, compañero Ulises, tu relato me ha provocado una batería de preguntas que con gusto voy a intentar resolver.
ResponderEliminarUn abrazo y mucha suerte.
Ulises, buen relato elaborado en dos partes, una festiva y otra trágica y divididas sendas historias por ese aterrador y audible grito. Desde que lo has puesto en escena ha estado acompañándome durante lo que quedaba de relato y ni siquiera al final ha menguado su acústica.
ResponderEliminarMuy bien ambientado, es difícil hacer algo de terror, pero tú lo has abordado con naturalidad y éxito.
Un abrazo y mucha suerte.
Hola, Ulises. Lo que más me gusta de tu notable relato es la manera ingeniosa en que se va desvelando la trama. Comienzas de forma suave, introduces pequeñas insinuaciones y la tensión va creciendo ante lo que no se ve pero se presiente, algo sobrenatural acecha a Esteban.
ResponderEliminarY la tensión se desborda en ese desenlace extraño e inquietante con esa cabaña cual cazadora abominable que atrae a la presa imprudente y la hace desaparecer. Para Esteban sí que fue el principio del fin.
Mucha Suerte en El Tintero. Un abrazo.
Qué tal, Ulises? Aparco a la hora de leer mi lado escritor y disfruto de la lectura como lectora, y como tal comento, ya que la mayoría de lectores no analizan como escritores.
ResponderEliminarNo es mi género preferido para leer este que nos presenta David en esta ocasión, pero aquí estoy, atrapada sin remedio con historias como la tuya. Es muy convincente el hecho de que le atraiga a Esteban saber qué hay dentro de la caseta, aunque sin intención de quitarle el lugar, pero parece que no lo pensó así Paulo, porque está la fuerte suposición que sería de él la mano que absorbió a Esteban.
Le has dado vida a la frase "la curiosidad mató al gato", a la vez que a una respuesta: "pero al menos murió sabiendo".
Da miedo de verdad tu relato.
Un abrazo virtual muy fuerte.
Hola, Ulises.
ResponderEliminarDe cómo una fiesta puede acabar en lo peor. Has hecho un relato en el que el miedo ha ido subiendo enteros hasta el desenlace final.
Te comento algo para revisar: Antes de "sucias" pondría una coma. "Como lo que fuera" cómo con tilde. "para no ser visto de nuevo jamás" Para mi gusto sobra "de nuevo". Apreciaciones mías.
Buen relato de terror y buena redacción.
Saludos.
Una ceremonia de cambio introduciendo a un cambio definitivo, con cambio de espacios. Buena propuesta que puede dar mucho de sí, a poco que toquen algunos elementos, sobre todo la voz narrativa en la que tal vez esté muy presente el autor.
ResponderEliminarGracias por la propuesta. Un abrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola,Ulises. Un relato con dos partes diferenciadas por un grito sobrecogedor. En la primera, la fiesta,todo transcurre con normalidad, sin indicios de que nada pueda suceder. En cambio, tras la despedida de los amigos y en soledad es cuando el protagonista oye ese estremecedor grito que nadie más parece oír. La oscuridad y la soledad siempre aportan un plus al terror. Finalmente, suponemos que el espíritu del amable vecino es el causante de la desaparición de Esteban, ahora sí, en una despedida definitiva. Buen relato. Un abrazo y suerte en el Tintero
ResponderEliminarHola Ulises, vaya lo que menos imaginas después de esa fiesta de amigos es esperarte ese final, una desaparición del protagonista. Es un relato que da pié a contar como fue la relación con su vecino de terraza, Paulo, el viejito, y me pregunto que razones tendría para llevarse a Esteban, o ¿no fue Paulo? ya ves, un relato que da para seguir y te animo a ello. Un abrazo
ResponderEliminarHola, Ulises. Pues al final va a ser que a Paulo sí le sentó mal que estuvieran en su parte de la terraza sin su permiso..., o que no le invitaran a la fiesta, ignorando a propósito que aquello no podía ni debía pedírselo a Esteban... Sea como fuera, has manejado muy bien el desarrollo de la acción hasta subir la tensión justo en el tramo final del relato, con el desenlace terrorífico en la cabaña.
ResponderEliminarTe felicito, compañero, y te deseo mucha suerte en El Tintero.
Un fuerte abrazo junto al deseo de que la salud te acompañe sin limitaciones.
Hola Ulises, me ha encantado la sucesión de pistas que presagian un trágico desenlace. La fiesta que acaba mal para nuestro protagonista que curiosamente cumple su deseo de no irse a ninguna parte, como los demas. ¡Estupenda propuesta!
ResponderEliminarUn abrazo compañero
En tu relato Ulises se masca el terror poco a poco, vas incrementando las escenas y tu protagonista se ve encerrado en su propia soledad y el final es desolador.
ResponderEliminarMe agrado por como desarrollas todo la trama y sus personajes.
Un abrazo y suerte en el concurso
Puri
Saludos Ulises, un relato enigmático que culmina con horror. Éxitos y bendiciones!
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