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El Lado Oculto de la Luna (II)

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 Bienvenido a esta segunda entrega de El lado oculto de la luna. Si aún no has leído la primera parte, te invito a entrar en el link que voy a colocar debajo de este párrafo. Espero que te guste el relato y dejes en los comentarios tu valoración. ¡Muchas gracias por leernos!

https://booktoland.blogspot.com/2020/03/el-lado-oculto-de-la-luna.html

Un saludo.
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El Lado Oculto de la Luna (II)

    Cuando Humberto cruzó la puerta, Maximiliano se quedó petrificado. No sabía qué hacer. El viejo le había advertido que si entraba al Lado Oculto no podría salir de él jamás, desterrando así todas sus expectativas de una vida de fama y dinero. Cinco minutos atrás, ante la torre, creyó que algún día podría contarle a todo el planeta el éxito de su misión, aparecer en revistas de ciencia y convertirse en ese astronauta tan mediático del que hablaría todo el mundo. Sin embargo, todas sus ilusiones fueron desterradas con unas cuantas palabras.

«¿Estaba realmente dispuesto a dejarlo todo atrás?»

En la Tierra, tan solo le quedaban algunos amigos y compañeros de trabajo con los que comer y salir a practicar algún deporte. No tenía mujer ni hijos, y los últimos familiares que le quedaban habían muerto. Había momentos en los que no podía evitar sentirse solo. Aunque no por ello dejaba de ser su hogar. Un paso más supondría perder todo lo que conocía por un mundo del que no tenía idea. Y no había manera de saber si eso sería lo correcto sin intentarlo. 

Sin más dilación, cruzó el marco que lo separaba del mayor de los desconocimientos a los que se había enfrentado en su vida. Cerró los ojos, temiendo toparse con un engaño, y volvió a pensar en dios por segunda vez en ese día.

—Adelante, muchacho —oyó decir al guía —. Abre los ojos, no tengas miedo.

Lentamente, levantó los párpados mientras su campo visual se iba volviendo más nítido. Al principio, sólo pudo ver destellos de luz blanquecina vagar de un lado a otro. Mientras se acostumbraba a la claridad, comenzó a vislumbrar diversos colores que bailaban una danza sin sentido. Iban y venían en todas las direcciones. Le recordaron a aquel musical al que había asistido con su madre en el teatro. Los actores no pararon de moverse durante dos horas enteras. Sin embargo, no tardó en ordenar aquel espectáculo de tonalidades. Y bajo un cielo azul impoluto, distinguió a Humberto aguardando su llegada de pie con una sonrisa de oreja a oreja, como si le fuese a presentar el invento más brillante del universo. Tras él, observó que se erguían infinidad de árboles gigantes, de siete u ocho metros de altura, que surgían de una tierra viva. Había rosas, petunias, margaritas..., todas las variedades de flores que su profesor de biología le había enseñado en el instituto. Incluso los bichos, que hasta entonces les eran indiferentes, reaparecieron en el paisaje alegrándole la vista. Respiró hondo y, por primera después de mucho tiempo, llenó los pulmones de puro oxígeno.

—Pero esto es igual que nuestro planeta, ¿no? —dijo desconcertado —Osea, que la Tierra...
—Esto no es sino el principio —añadió el viejo barbudo apresurándose a reanudar la marcha —Aún hay mucho que ver.

Sorprendentemente, se fijó Maximiliano, aquel hombre andaba como si tuviera veinte años. Según se adentraba en el bosque, se convencía más a sí mismo de que aquel lugar se encontraba en su planeta. Los pájaros, los mosquitos, el sol, las nubes... todo era exactamente igual. Tras media hora andando entre la vegetación, vio un conjunto de casas a lo lejos.

—Ya hemos llegado —anunció alegremente —Ese de allí es el barrio de Kroms. El rey Rommel está esperándonos.
—¿Un rey?
—Sí —respondió Humberto cayendo en la cuenta del nivel de desconocimiento de su acompañante —Aquí también tenemos reyes. Nuestros distritos y formas de gobierno son similares a las que teníais en Europa durante el siglo XVI. Seguramente esto te recordará a tus libros de historia —sentenció entre risas.

Las casas parecían ser de lo más simples. Como pudo ver según se fue acercando, las aceras y carreteras eran exactamente iguales a las de la época medieval: empedradas y pavimentadas. Al pasar entre los edificios, observó que las calles no seguían un orden lógico. Formaban ángulos de distinta clase entre ellas. Algunas, incluso, se estrechaban tanto que sólo se podría caminar en fila india en su longitud. La gente, sin embargo, parecía orientarse con una magnífica destreza. Todos allí iban vestidos de manera muy elegante: los hombres con trajes de gala y las mujeres con vestidos caros y de diversos colores. Incluso los niños, acostumbrado a verlos en los parques con chandals y deportivas, se paseaban con prendas señoriales.

—No parece ropa de hace quinientos años — comentó señalando a una joven pareja que paseaba cogida de la mano.
—No, no lo es. Nuestros hogares tienen un estilo antiguo, es verdad. Pero nuestro día a día no es en nada parecido al de aquella época. Disponemos de unas canalizaciones de agua y electricidad excelentes, tenemos la última tecnología del universo, y nuestros ropajes están hechos con materiales de una calidad increíbles. La Tierra no tiene comparación con nosotros. Avanzamos con elegancia.

«Como en la época victoriana», recordó. Aquel ambiente le era muy similar al que las revistas de historia mostraban en sus páginas, sobre la sociedad inglesa, durante el reinado de la reina Victoria.

A lo lejos vio como una bicicleta se acercaba hacia ellos. Montadas sobre ella iban tres chicas que charlaban entre sí alegremente. La que manejaba el manillar tenía una camiseta blanca bajo una chaqueta negra que le recordó al look con el que algunas administrativas del ejército acudían al trabajo. Era un conjunto muy de moda. Simple y bonito. La bicicleta, sin embargo, avanzaba poniendo a prueba la suspensión.

—¿Sólo tenéis bicicletas para ir por estas calles de piedra?
—Si cogemos las bicicletas es para ir a distritos alejados. Al ser un barrio pequeño solemos ir andando a cualquier lugar que este dentro de Kroms. Irán a Brijes, me imagino. —tosió, hizo un breve parón como si se estuviera recuperando de la sacudida que acababa de sufrir, y continuó: —. En cuanto inventasteis los coches, pensamos que nos habíais adelantado por primera vez de manera espectacular. Aquellas máquinas eran realmente rápidas. Pero no tardamos en comprobar que esos trastos se estaban cargando vuestro planeta. Así que prescindimos de su evidente comodidad. No necesitamos más.
—Sabia elección. Esos malditos no hacen ningún bien al medio ambiente...
—Si cometes los mismos errores no estás aprendiendo. Acuérdate de esa frase.

Nadie parecía advertir que iba caminando con un traje espacial. Aquellas personas con las que se cruzaban, les mostraban una amable sonrisa y seguían con su andar. Le maravilló sentir tanta tranquilidad. Sin miradas de desaprobación ni de aprobación.

Pronto, giraron en una esquina y se encontraron frente a un gran palacio. Su fachada, protegida del exterior por afiladas vallas negras, era de un blanco impoluto. La estructura estaba adornada por figuras de oro y grandes ventanales que se situaban sobre arcos de medio punto. Para dar la bienvenida a los invitados, un jardín se extendía adornado con fuentes delante del que pensaba los aposentos del rey. Maximiliano no había viajado mucho a otros países en la Tierra, pero estaba seguro de que aquella maravilla arquitectónica tenía pocos rivales a su altura.

—Esta es la residencia del rey Rommel V, hijo de Rommel IV y nieto de Justiniano II. Hace un año su padre murió a causa de una gripe mal curada y heredó el trono. La gente cree, con mucha tristeza, que no había mejor momento para la sucesión. Nuestro actual monarca sólo carga con ciento dos años a sus espaldas . Ya quisiera yo tener esa edad...
—¿Ciento dos años? —preguntó estupefacto —¿Cuántos años tienes?
—¿Cuántos aparento?
—Pues unos ochenta o setenta, no sé...
—Muchas gracias por el cumplido, muchacho —agradeció —Pero ya hace decenas de años que no rozo siquiera esas cifras... Tendré doscientas cuarenta velas en mi próxima tarta de cumpleaños. Las piernas ya me están empezando a fallar, ¿sabes?.
—Increíble —murmuró

Nadie custodiaba la entrada. No había ni soldados ni sirvientes reales. Humberto llamó a la puerta y tras ella apareció un hombre alto con un atuendo militar impecable. Sin lugar a dudas, Rommel V. La barba, a diferencia de la del viejo, estaba perfectamente perfilada. Era poblada y de un color castaño muy vivo. Pensó que debería de medir cerca de dos metros, aunque tampoco descartó que los sobrepasara. De su traje colgaban multitud de condecoraciones hechas de diferentes metales. El monarca lo analizó de arriba a abajo y, tras un silencio incómodo, dijo:

—Es un placer verle, señor Maximiliano. Llevábamos esperando su llegada desde hace semanas... Es una pena que ya se haya caducado la tarta que le tenía preparada... Su presencia aquí nos va a ser de mucha ayuda. —miró hacia los alrededores de la estancia real, y añadió bajando el tono: —Entren por favor, tenemos que hablar de muchas cosas...












Comentarios

  1. Estoy deseando leer la continuación. Me asombra esa capacidad de algunos para crear mundos y ciudades. La ciencia ficción nunca ha sido mi fuerte. Se me da fatal, pero admito que estoy aprendiendo a disfrutar de leer relatos de ese tipo.

    Un abrazo

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  2. Otra vez, me fascina la descripción. El principio fue escrito muy bien y intrigante. Yo no estaba seguro lo que anticipar después de su decisión de entrar. Pensé de que quizá él acabaría arrepentirselo. Sin embargo, el mundo parece muy bueno... demasiado para ser la verdad. Hay que tener algún falla, ¿no? Dime que vas a escribir una tercera parte. Me has dejado muy deseosa por leer más.

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