Huérfana de la Libertad
En la llegada a Nueva York, cientos de peces voladores se asustaron con el paso del barco. Se alejaron sobrevolando la superficie del agua y, al sentirse a salvo, se sumergieron de nuevo en el Atlántico. Estaba embobada mirándolos, cuando el sol desapareció durante unos segundos. Miré hacia el otro lado del barco y, junto al resto del pasaje, observé maravillada a la responsable. La corona de La Estatua de la Libertad, solemne e imperturbable, lo había tapado. Era hermosa. Su inmensidad me generaba mariposas en el estómago. En ese instante comprendí que estaba lejos de casa y que, seguramente, no volvería a ver a mis padres en mucho tiempo. Una triste felicidad se apoderó de mi, desgarrándome las entrañas. Debía de estar ilusionada, pero no podía evitar sentirme culpable por alejarme de mi familia. Me pregunté hasta que atracamos si estaba haciendo lo correcto. Cuando el barco atracó en el puerto de Manhattan, se veía desde la cubierta a todo el personal port...