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Mostrando entradas de 2018

Travesía a la Antártida [Día 2º]

   A las dos de la mañana, según la alarma del capitán Martinez, un estruendo sacudió la base por completo. La nieve que había acumulada en los tejados se desprendió violentamente, dejando ver a través de la ventana como los pequeños copos se unían al suelo blanquecino. Tras unos segundos de pleno silencio, los murmullos inundaron el complejo en su totalidad.  —Capitán —lo llamó el primer oficial alarmado. ¿Ha sentido eso? El capitán se levantó de un salto de la cama. Claro que lo había escuchado, y estaba seguro de que lo que fuese que había causado esa agitación no traería más que problemas.  —Desde luego —añadió perplejo. Creo que deberíamos salir a ver qué ocurre    Tanto el primer oficial como Martínez, que dormían en la misma estancia, exclusiva para altos cargos de las tripulaciones, cogieron sus abrigos y se calzaron las botas. La pequeña habitación contaba con una litera; un armario, donde los dos hombres había dejado ordenadamente la ropa el día anterior; y una pequ

Travesía a la Antártida [Día 1º]

   El cielo comenzó a oscurecerse cuando el Hespérides partió rumbo al polo sur. La tranquilidad del puerto se vio interrumpida por los motores del buque que, en cuanto se puso en marcha, agitó abruptamente el mar, dejando ver una estela en su avance. En el puente de mando, el capitán dirigía las maniobras mediante su walkie talkie, mientras los científicos de abordo se acomodaban en los camarotes. Los marineros trabajaban sin descansar en la cubierta junto a la maquinaria que, por encima de la de muchas otras naos, contaba con una gran tecnología. A partir de ese momento, solo quedaba un largo trayecto. En un abrir y cerrar de ojos, la popa del barco se convirtió en una simple mancha en el horizonte para aquellos que, melancólicamente, veían a sus familiares marchar.     Muchos de los científicos nunca habían ido a la gélida Antártida. La gran parte de los investigadores que se dirigían allí eran recién licenciados que buscaban conocimientos y experiencia.  Sin embargo, para el c

Su Propio Enemigo

Todo estaba a oscuras. Desde que entró en aquella sala, el silencio se había convertido en otro traidor al que odiar, en un nuevo enemigo. La sensación de soledad lo inundaba a cada instante. Ya no estaba vivo. Su mente seguía en activo, aunque su cuerpo había caído en el olvido. ¡Ayuda!, gritaba desesperado. El silencio volvió a azotarle sin descuido. Por mucha fuerza que hiciera, nadie lo sacaría de su presidio, porque el único que tenía potestad para hacerlo estaba ahí dentro metido. ¿Y ahora qué?, se preguntará el más atrevido. Pues yo siento decirle que el silencio continuó con su olvido. Pero tras mucho  tiempo, el chaval se dio cuenta de su descuido, y es que hasta entonces no se había visto como su propio enemigo

Las Chabolas del siglo XXI (Documentación)

  Leyendo la obra de Pedro Lezcano, titulada La Chabola , pueden llegar muchas memorias al lector que, aun sin ser canario, haya observado cómo lugares que contaban con esta clase de "viviendas", se hayan visto limpiados de ellas con el paso del tiempo. En este artículo en concreto, me gustaría hablar sobre la Playa del Confital, situada en Las Palmas de Gran Canaria (Canarias), y escribir una valoración personal con respecto a este tema, para luego (a nuestro modo) originar un pequeño relato.   Basándonos en la vida del autor Pedro Lezcano Montalvo, y en su paso por Canarias, podemos tener la certeza de que la obra que vamos a tratar tiene lugar en la capital grancanaria. Por consiguiente, podemos afirmar que las condiciones del entorno en el que vivía el protagonista y su familia eran del todo insalubres. Durante muchos años, aquel lugar fue conocido por recoger el mayor número de chabolas de todo el archipiélago canario ( ver imagen ). Allí se dieron situaciones tan t

Querida Inocencia:

Querida inocencia, El tiempo pasa y aún tú presencia causa estragos. La luz no se ve. La luz nunca ha estado. Lo llamo a él, sí, al mismo sentido común que sin estar en los más necesitados, sin estar en los que más le requieren, es capaz de mover masas por medio de un ser, de un iluminado. No me dejes. No, ahora no. Y se que me estas dejando, pero te lo suplico, ahora no. Déjame vivir bajo tú fuerza, bajo la sombra que generan tus alas. Es triste, sí, es muy triste que, después de años junto a ti, después de catástrofes vividas bajo tú escudo, me dejes cuando más te necesito, cuando más aprenderé a estar sin ti.                                                                   

El Apagón. Arturo Márquez y la Máquina del Tiempo #1

   La caótica mañana había llegado, ansiadamente, a su final. Las calles comenzaron a oscurecerse, cuando se empezaron a ver resquicios de luz procedentes de las viejas farolas que, en su rutinario intento por preservar la lucidez, se veían abocadas a ceder el trono al crepúsculo.     Junto a la entrada del edificio, Arturo Márquez aguardaba que el doctor Aureliano le abriera la puerta. Desde hacía dos meses, cuando el reputado científico le había llamado en busca de su ayuda, se habían estado viendo cada semana, en las distintas casas que poseía por la ciudad. En un descuido por parte del propio Aureliano, la noticia del trabajo de la Máquina del Tiempo había conseguido atravesar las paredes de sus apartamentos, llegando a oídos del profesor Cipriano Ferosa.    La puerta por fin se abrió.    Subió las escaleras tratando de hacer el menor ruido posible, y llamó al apartamento con la misma índole, observando a su alrededor que no hubiera nadie mirándolo. De ve

El Estruendo

Un estruendo sacudió el edificio. Desde el otro lado de la pared del cuarto de estudio, un brutal impacto había ocasionado que toda el tabique se llenara de grietas. Marco, que en ese momento se encontraba estudiando, se quedó petrificado ante lo que acababa de suceder. Algo tenía que estar pasando, pensó. Sus compañeros de piso se habían marchado ese fin de semana y no había conseguido conciliar el sueño durante toda la noche. No soportaba quedarse a solas. Receloso, se le vino a la cabeza la imagen de Miguel, el vecino, tirado en el suelo junto a un charco de sangre con el viento acariciando su figura, la cara demacrada y el rostro pálido. La imagen se le sucedía una y otra vez en la cabeza. Presa de su designio, decidió llamar a la puerta y asegurarse de que todo estaba bien. No podía apartar aquel pensamiento. Se puso las chanclas y con su pijama se dirigió al rellano que únicamente compartía con otro apartamento más. La puerta estaba abierta. -¿Hola?-preguntó en busca de una

El Brebaje de la Vida

Todo el mundo era feliz hasta que la muerte llamó a la puerta, se sentó en el sofá, y esperó a que su mirada fuese matando lentamente a quién su alma se negaba a borrar. Sí. La muerte también siente y padece. Y para sorpresa de alguno, también tiene momentos en los que aborrece su trabajo. Mi abuela murió un once de mayo de mil novecientos noventa y tres, rodeada de gente que la quería, sin preocupaciones, y con la mentalidad de que le había llegado la hora de morir. Por esa parte todo transcurrió con facilidad. De hecho, alguno de los que estábamos allí llevamos nuestros pensamientos hasta el fin de nuestros días, incitados por la aparente tranquilidad emocional de quién no va a volver a abrir nunca más sus ojos. « ¿Cómo quería morir?», pensé. Mi familia no era precisamente la más feliz ni mucho menos la más rica, pero con nuestros problemas, aun cuando otros no podrían ni levantar la cabeza, éramos capaces de sacar la mejor sonrisa a relucir. Simplemente vivíamos la

Las Aventuras de Arturo Márquez #1

El silencio había tomado el protagonismo que, poco a poco, consiguió arrebatar al murmullo de las conversaciones y los motores en marcha. Las calles iluminadas únicamente por la tenue luz de las farolas, permanecían en un profundo descanso, vigiladas por la imponente imagen de la luna llena.  Desde el interior de un coche, Arturo Márquez miraba hacia la ventana que se encontraba al otro lado del bulevar. Mientras el humo del habano que tenía entre los dedos se escapaba por el pequeño hueco que dejaba la ventanilla, sus ojos quedaban expectantes a la escena de la que era testigo. Las luces provenientes de la habitación le hacían el trabajo más sencillo. En el interior, un hombre y una mujer dejaban ver sus cuerpos desnudos sobre un fondo púrpura llamativo. Sus figuras no dejaban de moverse. De vez en cuando sonaba algún objeto estamparse contra el suelo, quitándole el protagonismo al silencio que poco parecía importarles. Sin apartar los ojos de su objetivo, sacó la Canon  del bols

Los Girasoles

Negamos la lucidez. Nos limitamos a seguir con nuestras vidas, repletas de lujos y comodidades, delimitadas a un marco concreto, sin nada nuevo en lo que pensar, con pocas cosas que por primera vez sentir. Odiamos que el resplandor nos ciegue. Detestamos que la noche nos oculte con su oscuridad. Tratamos de vivir en un mundo en el que la luz se ajuste a nuestras exigencias. No ansiamos mucha, pero tampoco nos gusta vivir con poca. Lo tenue nos miente y lo luciente nos hiere. Nuestras pupilas no están hechas para aventuras. No somos girasoles que aún sin ver la luz tratan de seguirla. Ni tampoco somos seres como las luciérnagas que, aún queriendo huir de ella no pueden. Nos la hemos ingeniado para controlarla, para hacerla nuestra fiel sirvienta. ¿Qué veríamos sin luz y que no veríamos con su fulgor? Ojalá llegue el día en que nos convirtamos en girasoles. Tengo el vivo deseo porque nuestros ojos, nuestros débiles guías, se endurezcan con el tiempo. ¿Quién sino nos hará ver por las

Real

Pienso en las hormigas. Sí. En esos insignificantes bichos que pisamos sin darnos cuenta, quemamos sin compasión y observamos con admiración. ¿Qué son? Para mí... nada. Sí, nada. ¿Por qué deberían de significar algo? No pienso constantemente en ellos, no soy como ellos, no puedo ponerme en su situación, pero, aún así, existen. Efectivamente, están ahí. ¿Y a quién le importa? Solo nos importamos nosotros mismos. ¿Qué más da lo que ocurra a nuestro alrededor si seguimos vivos? El mundo sigue. Los relojes no se detienen. ¿Triste? Puede ser ¿Real? Sin duda.

La chica y el restaurante

Pensé bajo aquella sombrilla que quizás era una bobería. El bullicio de la gente a mi alrededor había acabado por convertirse en un silencio del todo agradable. Únicamente se escuchaban las hojas movidas por el viento, y algún que otro pájaro de vez en cuando. En ese momento, pensaba en la ridiculez de mis pensamientos. Todas la personas que caminaban a mi alrededor eran momentáneas, al igual que mis intenciones por entablar una conversación con una chica que tenía a mi vera. Al día siguiente, seguramente, no la volvería a ver. El camarero llegó a mi mesa sudoroso. Se debía de haber pasado la mañana trabajando, pensé. Pedí la comida, unos espaguetis a la boloñesa, y volví a mirar a aquella chica. Era realmente guapa. Me pareció que hablaba en alemán, como muchas de la personas de aquel restaurante, y me fije en su melódica pronunciación. Sus amigas, sentadas frente a ella, la miraban con entusiasmo. Hablaban de lo que parecía ser una  situación graciosa, por lo que me dejaba en

Meras Formalidades

La mañana dio comienzo al son de una melodía de trompetas que, causando aires de grandeza en los más patrióticos, retumbaba por todo el paseo.   Una fila de soldados apareció desfilando bajo la atenta mirada de los espectadores que, en sus manos, hacían hondear banderas del partido. Vaya espectáculo, diría, entre lágrimas, el más fanático. Izquierda, derecha, izquierda, derecha… los pasos parecían cobrar fuerza a cada segundo. Mientras tanto, el nuevo jefe de estado saludaba a sus subordinados desde el balcón del palacio presidencial. Meras formalidades. Seguramente, de no ser porque la larga tradición lo obligaba a estar allí presente, se encontraría en su flamante salón, aprovechando las ventajas de su nueva vida ¿Quién no? Aunque, como en todo debate que se abra entorno a una figura tan delicada como la de un presidente, siempre habrá quién niegue, coléricamente, su goce, en una hipotética vida, fundado en el sudor de los demás. No lo criticamos. Volviendo a la realidad en la que

Ensayo sobre la vida

El cuarto estaba vacío. No había ni muebles, ni ventanas, ni puerta…, todo había desaparecido. Lo que un día fueron grandes paredes, construidas por las manos de la experiencia y la paciencia, curtidas por las torpezas y las desilusiones, habían dejado de ser. Su color verde esperanza se había convertido en triste negro, perdiendo la esencia, el impacto que creaba a simple vista aquel particular pigmento. Ahora ya nadie lo podía ver, entre otras cuestiones porque la elegante y clásica lámpara de araña que un día colgó del techo se había evaporado, impidiendo observar lo que la oscuridad estaba consiguiendo matar, y la noche, a través de la ventana, trataba de dar descanso. Los arquitectos habían perecido, y los dedos que un día crearon ahora se limitaban a dejar en el olvido. Ya no quedaban esperanzas, hasta que un buen día, de un lejano lugar, unas nuevas manos se presentaron para regenerar lo huido. Poco a poco todo volvía a cobrar sentido. Con perseverancia las ventanas volvie