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Los Girasoles

Negamos la lucidez. Nos limitamos a seguir con nuestras vidas, repletas de lujos y comodidades, delimitadas a un marco concreto, sin nada nuevo en lo que pensar, con pocas cosas que por primera vez sentir. Odiamos que el resplandor nos ciegue. Detestamos que la noche nos oculte con su oscuridad. Tratamos de vivir en un mundo en el que la luz se ajuste a nuestras exigencias. No ansiamos mucha, pero tampoco nos gusta vivir con poca. Lo tenue nos miente y lo luciente nos hiere. Nuestras pupilas no están hechas para aventuras. No somos girasoles que aún sin ver la luz tratan de seguirla. Ni tampoco somos seres como las luciérnagas que, aún queriendo huir de ella no pueden. Nos la hemos ingeniado para controlarla, para hacerla nuestra fiel sirvienta. ¿Qué veríamos sin luz y que no veríamos con su fulgor?

Ojalá llegue el día en que nos convirtamos en girasoles. Tengo el vivo deseo porque nuestros ojos, nuestros débiles guías, se endurezcan con el tiempo. ¿Quién sino nos hará ver por las mañanas? Y no contamos con la aparente ayuda de las gafas de sol que, aunque parezcan aliadas, únicamente nos distorsionan la realidad a su antojo. Yo hablo de ser como un girasol. Sin nada que se interponga entre nosotros.

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