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Las Aventuras de Arturo Márquez #1


El silencio había tomado el protagonismo que, poco a poco, consiguió arrebatar al murmullo de las conversaciones y los motores en marcha. Las calles iluminadas únicamente por la tenue luz de las farolas, permanecían en un profundo descanso, vigiladas por la imponente imagen de la luna llena.

 Desde el interior de un coche, Arturo Márquez miraba hacia la ventana que se encontraba al otro lado del bulevar. Mientras el humo del habano que tenía entre los dedos se escapaba por el pequeño hueco que dejaba la ventanilla, sus ojos quedaban expectantes a la escena de la que era testigo. Las luces provenientes de la habitación le hacían el trabajo más sencillo. En el interior, un hombre y una mujer dejaban ver sus cuerpos desnudos sobre un fondo púrpura llamativo. Sus figuras no dejaban de moverse. De vez en cuando sonaba algún objeto estamparse contra el suelo, quitándole el protagonismo al silencio que poco parecía importarles. Sin apartar los ojos de su objetivo, sacó la Canon del bolso, destapó la lente y, con suma delicadeza, movió los objetivos en busca de la imagen perfecta. Esperó a que se detuvieran, a ver sus pieles pegadas al cristal y dejar que su dedo índice y su riguroso pulso hicieran el resto. Un minuto más tarde, cuando su presencia allí excedió el tiempo previsto, arrancó el coche y se perdió en la oscuridad de la noche.


- ¿Por qué cojones has tardado tanto? -le preguntó el Inspector desde detrás de la mesa de su despacho, interrumpiendo el tecleo de la máquina de escribir 

Márquez lo miró con ironía. ¨Cómo si no supiera en lo que me estaba entreteniendo¨, pensó 

- Aquí tienes las fotos, jefe -dijo mientras el sobre con las imágenes volaba hasta su mesa -Tenía usted razón...

- La madre que la parió

- Y la que parió al maromo, que algo de culpa también tendrá...

- No me jodas.

Ojeó las fotos mientras su rostro se teñía de un rouge tomate. Su carácter impenetrable y su mirada vigorosa habían sido sustituidos por la viva imagen de un niño al que le acababan de prohibir un caramelo. No quedaba nada del Inspector en aquellos ojos. Ni un solo hombre en veinte años, que Márquez recordara, había sido capaz de mermar su temperamento. Y solo bastaba una única mujer.

Sin levantar la vista le hizo un gesto para que se marchara que él obedeció sin objeciones. Vete a hacer lo que debas, le dijo abatido.

- Y que no salga de aquí - añadió mientras sacaba una botella de Whisky de debajo de la mesa





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