Gritos de Dolor
Sus ojos eran lágrimas. O, al menos, así me los imaginaba mientras en la oscuridad de mi cuarto miraba al techo. Estaba muerto de miedo. No me podía imaginar qué podía ser tan doloroso como para generar ese llanto que, cuando la luna surgía, parecía eterno. El desconsuelo con el que aquella chica lloraba era desgarrador y, durante varias noches, su dolor era mi desvelo. Mi cabeza daba vueltas y vueltas tratando de entender. Algunos días se dejaba escuchar la voz de un hombre a través del techo. Me preguntaba si sería él el causante de todo aquel sufrimiento. ¿Amor? ¿Desamor? ¿Infidelidades? ¿Inseguridades? Cualquier pista que me ayudara a comprender, me daría la paz que el primer grito que escuché aquel día me arrebató.
La primera noche, cuando oí aquel alarido desgarrador, subí al piso que estaba justo encima del mío. Fui en bata y con unas pantuflas descoloridas, decidido a averiguar a qué se debía aquel quejido. Mientras subía las escaleras, mi cabeza no dejó de recrear cientos de escenarios en los que tendría que enfrentarme a un maltratador promedio, sin sesera ni modales. Estaba aterrado por dentro, pero no me iba a dejar achantar por una persona tan despreciable como para generar tanto dolor en otro ser humano.
Llamé a la puerta decidido.
—¿Quién llama? —se oyó a una chica tras la madera.
No respondí. Dejé que me juzgara por mi cara de enfado a través de la mirilla. Aunque, oír la voz de una chica tan joven me desconcertó.
Cuando abrió, me analizó de arriba a abajo con la mirada:
—¿Qué quiere? —dijo con cierto desprecio. Se trataba de una universitaria, con pijama y una manta cubriéndola a modo de mantilla sobre los hombros.
—¿Estás bien? He oído gritos. Soy el vecino del piso de abajo —añadí, tratando de parecer amigable, pero lo suficientemente firme como para enfrentar cualquier situación.
El rostro de la chica se relajó de inmediato.
—¡Ah, sí! —rió —Mi compañera de piso… Tiene problemas con el novio… Son un poco celosos el uno con el otro… —añadió, bajando el tono de voz.
Traté de observar todo cuanto aquella chica me dejaba ver tras ella. Pero tan solo conseguí ver mi cuerpo reflejado en un espejo.
Me disculpé y con un buenas noches que denotaba escepticismo ante lo que acababa de oír, bajé de nuevo las escaleras. Cuando trabajé en la policía, me acostumbré a no obtener siempre las respuestas que quería. En ese momento, ya estaba jubilado y tenía la suficiente cordura como para no dejar que me dominara la impulsividad. De lo contrario, hubiera apartado a aquella chica y hubiera descubierto si me contaba la verdad. Pero mi vida ya hacía tiempo que estaba alejada de jaleos y tampoco los iba persiguiendo.
Dos meses más tarde, me harté de la situación. Desde hacía unos días, no dormía bien. Los gritos se habían convertido en algo recurrente cada noche y mi piel no aguantaba erizada, por la angustia, más tiempo. Aquello debía de parar. Llamé durante la tarde a dos antiguos compañeros de la policía: Cobos y el subinspector Martínez. Buenos hombres que, después de una vida entera dedicada a los demás, disfrutaban de sus familias y sus amigos como se merecían. En cuanto les comenté lo que pasaba, sin embargo, no dudaron en venir.
Ambos atravesaron la puerta como si aún fueran policías de servicio. Estaban todo lo erguidos que sus cuerpos les permitían y, casualmente, se habían vestido casi iguales: llevaban polos beige y pantalones azul marino. En cuanto los vi, me sentí como en los viejos tiempos. Una chispa se prendió en mi interior, hasta entonces frío y sin motivación. Sentados en la mesa del comedor, nos pusimos al día de nuestras vidas y, cuando la conversación dio paso a los gritos de dolor, muestro instinto nos hizo ponernos en marcha. Apagamos la televisión y, hasta que se hizo de noche, prestamos atención a cualquier sonido que pudiera venir del piso de arriba. El subinspector Martínez, un poco más ágil que Cobos, se subió al sillón y pegó la oreja al techo. No escuchamos nada, hasta que de nuevo el piso retumbó con el primer alarido de la noche. Pude ver en sus rostros desencajados el terror al no comprender qué podía causar tanto dolor.
—¡Tenemos que subir! —dijo Martínez con determinación.
—Esto no pinta nada bien —lo apoyó Cobos.
Yo, me limité a encabezarlos al piso de arriba.
De nuevo, llamé a la puerta y, tras los golpes, el silencio de la noche se hizo más notorio. Estábamos los tres en tensión, evitando respirar demasiado fuerte. Aquella chica me había mentido. Los tres lo sabíamos. Pero, ¿por qué?
Abrió la puerta y la empujé a un lado. No dejé que volviera a abrir la boca. Estaba convencido de que no se lo merecía. Atravesé un pasillo, seguido de Martínez y Cobos, agachados y atentos ante cualquier imprevisto, como en nuestros años de servicio, y lo que vimos al llegar al salón nos dejó petrificados.
De la habitación que estaba encima de la mía colgaba un letrero, del que se dejaba leer: “Sala de tortura”. Una decena de hombres esperaban frente a ella, con sus mujeres maniatadas junto a ellos. Solo un candelabro daba luz desde el suelo, en el centro de la sala. Una corriente de aire frío hacía bailar las llamas. Sus miradas derrochaban locura e ira. Era el infierno hecho realidad. Se hacían llamar “Los Enviados de Satán”.
—¡Manos arribas todo el mundo — grité —¡Policía!
Muchas gracias, Ulises, por participar en la edición de El Tintero dedicada al Jardinero fiel de John Le Carré.
ResponderEliminarMucha suerte y un abrazo
¡Muchas gracias! ¡Un saludo!
EliminarTremendo ese final, Ulises. Un relato que va creciendo en tensión y suspense hasta llegar a ese último momento que desvela el misterio. Me ha gustado mucho el tono de la narración y la forma de ir mostrando lo que ocurre. Estupenda, tu historia.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tu comentario! Me alegro de que te haya gustado.
EliminarUn saludo.
Que nervios y que tensión durante todo el relato, hasta el sorpresivo desenlace final! Un abrazote y mucha suerte en el concurso!
ResponderEliminar¡Muchas gracias por el comentario! Me alegro de que te haya gustado. ¡Muchas suerte en el concurso también!
EliminarWow, me dejaste con los pelos de punta, nunca me imaginé ese final.
ResponderEliminarMuy buena historia y muy bien narrada.
Saludos.
PATRICIA F.
Muchas gracias por el comentario! Me alegro de que te haya gustado.
EliminarVivir en edificios trae esos problemas, lo mejor es vivir en una casa que no tenga vecinos. Ahora bien la mera existencia de dicha secta o agrupacion solo indican una descomposicion del tejido social muy grande. Supongo hay que entrerar a otros vecinos y elevar el tema al presidente de la junta comunal. Tambien se puede invocar los reglamentos de propiedad horizontal a fin de evitar este tipo de "habitantes"
ResponderEliminarEl que tuvo, retuvo. ¡El subidon que debió experimentar el prota cuando pronuncia la frase final!!
ResponderEliminarQUiero pensar que no era una performance, y que las maniatadas no estaban esperando ansiosas que les tocata el turno.
Abrazooo y suerte
Trremendo final.
ResponderEliminar¿La chica universitario que atendió era partícipe de todo eso?
Saludos
¡Muchas gracias por el comentario! Quizás participe o quizás también víctima de la secta... Desde luego que alguna implicación tiene que tener para mantener a la secta en el desconocimiento de los vecinos...
Eliminar¡Un saludo!
¡Hola Ulises! Transmites a la perfección, desde el inicio del relato, las emociones del protagonista e hilas muy bien toda esa tensión que se va acumulando hasta desembocar en el inesperado final.
ResponderEliminarUn saludo y suerte.
Hola, Ulises. ¡Vaya con los vecinos del piso de arriba! La convivencia es complicada pero si una de las partes es una secta satánica...
ResponderEliminarUn relato genial. Felicidades.
Hola, Ulises.
ResponderEliminarComo hija de uno, doy fe que un policía nunca deja de serlo aunque esté ya jubilado.
El relato está muy bien. Lo único que chirría es que en un piso, que presupongo normal, o sea, no muy grande, tenga la secta esta las pocas luces de poner un letrero en la puerta con "sala de torturas". Por lo demás, cinematográficamente plausible.
¡Hola! ¡Muchas gracias por el comentario! El letrero cuelga de una de las habitaciones, no en la puerta exterior. Si no, daría mucho el cante jajajajaja. Por eso, al estar dentro es cuando lo descubren. No tienen tan pocas luces como para descubrirse tan fácilmente.
EliminarUn saludo.
Estupendo relato, Ulises,
ResponderEliminarMe ha gustado mucho y espero que tengas mucha suerte en el concurso.
Un abrazo.
Un relato escalofriante, Ulises. Con algunos detalles de como indica de la Flor, pero muy bien relatado.
ResponderEliminarUn abrazo
Hola, Ulises, pues vaya, la deformación profesional les cortó el rollo a los masoquistas allí reunidos. Mira que si entre ellos se encuentra el comisario jefe vestido de cuero negro llevando lo suyo.
ResponderEliminarSaludos y suerte. 🎄🖐️
Descubiertos, pero esperemos ese alto terminen todos bajo las rejas. Abrazos virtuales desde Venezuela, y un próspero año 2025 te deseo
ResponderEliminarHola Ulises. Un relato que mantiene la tensión hasta el final. Sin duda la maldad puede alcanzar límites difíciles de imaginar. Muchas felicidades por ese Tintero de Bronce. Un abrazo!
ResponderEliminarHola Ulises lo que se esconde detrás de las puertas de algunos lugares. Bien contado un abrazo.
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