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Mostrando entradas de enero, 2019

¿Somos felices?

   Hoy en día la competencia en el mundo laboral y estudiantil puede generar sentimientos derrotistas y llevar a las personas a encontrarse perdidas y faltas de motivación. Nos han enseñado desde pequeños a luchar por tener un futuro digno y las carteras llenas. Sin embargo, en algunas ocasiones (por no decir la gran mayoría) nuestra felicidad importa bien poco ¡Todo por el futuro! ¿Y el presente...?    Estamos sumergidos en un denso bucle del que puede resultar difícil de huir. Nadie en su sano juicio pondría su felicidad por delante de su salario y su posible futuro sueldo (al menos no en los tiempos que corren). La situación económica de muchas personas es tan compleja que la propia felicidad ha pasado a ser un mero obstáculo que sortear. Vivimos carentes de motivación, caminando como zombis por las calles. Pero, no nos damos cuenta del peligro que ello supone. Y no me malinterpreten. No digo que no es lo que se deba hacer, muchas veces las circunstancias no dejan otro remedio

Oculto Adversario

En medio de una intensa partida de cartas, el dragón más joven se vio acorralado ante la sabia estrategia de su abuelo. Durante toda la tarde, Octavio había caído derrotado una y otra vez contra quien, a costa de enseñarle sus trucos, le había convertido en un experto de la baraja. En los recreos del instituto lo conocían como el Rey, porque no había compañero capaz de ganarle. Los contrincantes se sucedían y todos terminaban recogiendo sus cartas con el mismo talante. Sus propios amigos temían perder contra él y hacer el ridículo delante de los demás. Cuando la campana anunciaba el final de la jornada escolar, en un pequeño parque, se batía en duelo contra los que iban a cursos superiores. Los mayores no solían ver con buenos ojos que un niño les ganase pero, pese a sus derrumbados aires de grandeza, animaban al joven a regresar al día siguiente. Cansado de perder únicamente contra su maestro, se levantó de la mesa colérico. — ¡Esto no es justo! —gritó —¡Haces trampa!

Psicoanálisis

   La mañana había surgido con un tono apagado frente al doctor Scott. A escasos centímetros de la puerta de su casa, se tuvo que abrigar con todo el arsenal del que disponía en su mochila, y cuya gran parte eran regalos de su casera, la señora Davis. Durante el invierno, la mirilla del 1ºB se mantenía alerta a cualquier movimiento. Scott creía que toda la ropa que recibía por su parte eran viejas chaquetas que Steve le había dejado, antes de marcharse con la primera fulana que estuvo dispuesta a aguantarlo. Con casi cincuenta años, el único hijo de la señora Davis aun no había tenido ninguna relación estable. Cada vez que lo veía por el rellano o en la cafetería de la esquina, este solía contarle lo deprimido que estaba. Y no porque su avejentada madre no fuera una gran compañera de piso, que desde luego que lo era, sino porque cada semana una nueva pretendienta lo dejaba plantado. Hasta entonces.    Al entrar en la pequeña consulta notó el aire cálido de la calefacción. Por aque

¡Maldita Fiesta!

   El murmullo de las conversaciones no había parado en toda la noche. Con la mirada clavada en el techo, aguardaba el momento en el que su mente encontrara el sueño que, ante la inusual espera, iba a tener que aparecer tarde o temprano. Las fiestas lo ponían de mal humor, sobre todo si se olvidaban de invitarlo. No era la primera vez que aquel niñato de su vecino llamaba a todo el edificio y lo dejaba en su casa oyendo cómo se divertían ¡Hacía cinco meses que se había instalado en la comunidad y ya lo estaba excluyendo!   Era humillante. Salió de la cama, y buscó a tientas sus zapatillas. Qué demonios se había creído aquel hombre, pensó. Se puso la bata, y tomó un vaso de agua para disimular el mal aliento. Cogió las llaves y se dirigió al rellano. Llamó al timbre varias veces. — ¡Oiga, oiga! —dijo aporreando la puerta — ¿No ve que hay uno en este edificio que necesita dormir? Nadie respondió. — ¡Como no salga ahora mismo llamaré a la policía, lo prometo! —añadió t