¡Maldita Fiesta!


   El murmullo de las conversaciones no había parado en toda la noche. Con la mirada clavada en el techo, aguardaba el momento en el que su mente encontrara el sueño que, ante la inusual espera, iba a tener que aparecer tarde o temprano. Las fiestas lo ponían de mal humor, sobre todo si se olvidaban de invitarlo. No era la primera vez que aquel niñato de su vecino llamaba a todo el edificio y lo dejaba en su casa oyendo cómo se divertían ¡Hacía cinco meses que se había instalado en la comunidad y ya lo estaba excluyendo!  Era humillante.

Salió de la cama, y buscó a tientas sus zapatillas. Qué demonios se había creído aquel hombre, pensó. Se puso la bata, y tomó un vaso de agua para disimular el mal aliento. Cogió las llaves y se dirigió al rellano.

Llamó al timbre varias veces.

— ¡Oiga, oiga! —dijo aporreando la puerta — ¿No ve que hay uno en este edificio que necesita dormir?

Nadie respondió.

— ¡Como no salga ahora mismo llamaré a la policía, lo prometo! —añadió tratando de sonar más convincente —No me esté jodiendo…

   Entonces, la música fue apagándose poco a poco. Las insufribles conversaciones se transformaron en un silencio sepulcral y escuchó el sonido de unos pasos dirigiéndose a la puerta.

   La cabeza de la señora Hawking surgió junto al marco.

—Muy buenas, señor Le Blanc — contestó con una inmensa sonrisa — ¿Le podemos ayudar en algo?

“En unos cuantas cosas”, pensó.

—La verdad es que no estaría mal que bajaran un poco el sonido de la música, algunos tenemos que trabajar mañana, ¿sabe?

Lo miró con cara de pena.

—Claro que sí, no se preocupe. Ahora mismo bajamos la música.

La puerta se cerró ante sus narices.

De vuelta a su apartamento, la cumbia que antes sonaba volvió a inundar el edificio. Miró para atrás y se comenzó a reír escandalosamente. Ahora verán, se dijo. Sin pensarlo dos veces, propinó una patada a la puerta con tal fuerza que acabó rompiendo las bisagras.  El estruendo del golpe resonó por encima de la estúpida música, y la caída de la puerta acabó rematando el desastre.

Todos los fiesteros se le quedaron mirando al otro lado.

—Gracias por bajarla —añadió


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