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Oculto Adversario

En medio de una intensa partida de cartas, el dragón más joven se vio acorralado ante la sabia estrategia de su abuelo. Durante toda la tarde, Octavio había caído derrotado una y otra vez contra quien, a costa de enseñarle sus trucos, le había convertido en un experto de la baraja.

En los recreos del instituto lo conocían como el Rey, porque no había compañero capaz de ganarle. Los contrincantes se sucedían y todos terminaban recogiendo sus cartas con el mismo talante. Sus propios amigos temían perder contra él y hacer el ridículo delante de los demás. Cuando la campana anunciaba el final de la jornada escolar, en un pequeño parque, se batía en duelo contra los que iban a cursos superiores. Los mayores no solían ver con buenos ojos que un niño les ganase pero, pese a sus derrumbados aires de grandeza, animaban al joven a regresar al día siguiente.

Cansado de perder únicamente contra su maestro, se levantó de la mesa colérico.

— ¡Esto no es justo! —gritó —¡Haces trampa!

El abuelo, más sabio y moderado, lo miró de forma burlesca dándose cuenta de la codicia de su nieto.

— No seas tonto —le dijo —Solo los locos buscan la perfección. No se puede ganar siempre —añadió, ofreciéndole jugar una vez más.

Enfadado, Octavio accedió.

Durante horas, estuvieron tirando y recogiendo cartas de la mesa. A veces parecía que iba a ganar uno y, en otras ocasiones, daba la sensación de que el otro saldría victorioso. Al cabo de muchas jugadas, sus propias sombras se cansaron de presenciar la interminable partida. Junto al sol, se esfumaron y no encontraron ninguna motivación para volver en toda la noche.

—¿Estás seguro que deseas continuar? —preguntó el abuelo, viendo la cara de sueño del joven.
—Desde luego que sí —añadió, seguido de un bostezo

Jugaron, jugaron y jugaron hasta que el abatido Octavio cayó redondo sobre la mesa. Con una palmada en el hombro, el victorioso dragón despertó a su nieto.

—Ahora ya no solo te he ganado yo —dijo, colocando la carta que le convertía en el ganador de la partida —sino que tu propia mente te ha derrotado.

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