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El Brebaje de la Vida

Todo el mundo era feliz hasta que la muerte llamó a la puerta, se sentó en el sofá, y esperó a que su mirada fuese matando lentamente a quién su alma se negaba a borrar. Sí. La muerte también siente y padece. Y para sorpresa de alguno, también tiene momentos en los que aborrece su trabajo. Mi abuela murió un once de mayo de mil novecientos noventa y tres, rodeada de gente que la quería, sin preocupaciones, y con la mentalidad de que le había llegado la hora de morir. Por esa parte todo transcurrió con facilidad. De hecho, alguno de los que estábamos allí llevamos nuestros pensamientos hasta el fin de nuestros días, incitados por la aparente tranquilidad emocional de quién no va a volver a abrir nunca más sus ojos.

« ¿Cómo quería morir?», pensé.

Mi familia no era precisamente la más feliz ni mucho menos la más rica, pero con nuestros problemas, aun cuando otros no podrían ni levantar la cabeza, éramos capaces de sacar la mejor sonrisa a relucir. Simplemente vivíamos la vida tratando de disfrutar cada momento. Y así hicimos, hasta que escuchamos los últimos latidos de su corazón. Uno por uno fuimos enfermando, como si fuéramos fichas de dominó que ven próximo su destino. Nuestras mentes comenzaron a temer por su final, aunque, por desgracia, acabó siendo el final el que se centró en nuestras almas. La ignorancia por nuestro destino era la única cura capaz de hacer frente a nuestro mal.

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