El Fin del Fin

 El trono de madera reposaba en el mismo lugar de siempre, sobre la misma nube y tras la gran puerta. Dios se despertó cansado. Se levantó de la cama, se desperezó y andó con pequeños pasos hasta el trono. Los ángeles volaron toda la noche de un lado para otro, generando un ruido ensordecedor al agitar sus alas que no le había dejado dormir. Observándolos ya sentado, pensó que ese día podría enviarlos a casa. Cerraría los ojos plácidamente y recuperaría las horas de sueño. Aunque, reflexionó, no sería lo más sensato. Hacían una buena labor. Demasiada gente inocente sufriría las consecuencias. Debido a su agotamiento, ni siquiera se replanteó el motivo de tanta actividad nocturna. A veces ocurría, pero no era habitual. Mirando al cielo azul que dominaba las alturas, respiró hondo e hizo que en su mano derecha apareciera una taza de café y, en la izquierda, el periódico de todas las mañanas: “El Cielo”. En él leía las noticias más importantes del mundo. La mayoría sobre política, catástrofes naturales, pecados atroces... Una de ellas, sin embargo, le llamó especialmente la atención. Se titulaba “El fin del fin”.  Leyó frase por frase detenidamente y, al acabar de leer el artículo, se encontró aún más confundido. ¿Qué habían querido decir sus escribanos?

Chasqueó los dedos, y frente a Dios apareció el escribano jefe:

—¡Buenos días, señor todo poderoso! —dijo cortésmente. Hizo una reverencia mientras batía sus alas, y esperó pacientemente. El otro estaba releyendo la noticia.

—¡Buenos días escribano jefe! —aún no había terminado de leer cuando, levantando la mirada del papel, le preguntó: —¿Se puede saber qué habéis querido decir en este artículo? No entiendo nada…

El escribano jefe lo miró con extrañeza. Junto a los ángeles que conformaban el cuerpo de escribanos, formaban el equipo de mejores escritores del Universo. Nadie los malentendía o, peor aún, ignoraba lo que querían decir. Cogió el periódico y, tan rápido como pudo, tratando de acortar la vergüenza, leyó “El fin del fin”. Al igual que Dios, quedó perplejo. Cómo podía ser posible…

Lo leyó una y otra vez, y nada. Tampoco lo entendía.

—Señor… yo… —carraspeó la garganta, preso de lo embarazoso de la situación, y, armándose de valor, confesó: —¡Yo tampoco!

—¿Quién de tus ángeles hizo esto? —añadió Dios, tratando de aclararlo todo.

—Sinceramente, señor, tampoco lo sé.

La vergüenza era cada vez mayor.

—¿Cómo es posible? ¡Este artículo está escrito en primera persona, escribano jefe! —el tono se tornó de indignación.

Tras hacerle un pequeño interrogatorio, Dios no logró desvelar el autor de aquella catástrofe periodística. Le preguntó dónde se encontraba a la hora que, según se leía en el periódico, había sido escrita la noticia; también sobre qué había hecho ayer y qué ángeles habían ido a trabajar. Todo había transcurrido con normalidad. Ninguna respuesta le hizo dudar de sus ángeles escribanos.

Sin nada que arrojase luz a la investigación que había comenzado, Dios y su escribano jefe trataron de descifrar el artículo. El escribano jefe leyó diversas frases del texto:

— “La vida ya hace tiempo que me cansó. No la quiero.”

—¿Quién se cansó de la vida? —se preguntó Dios en voz alta —¿Por qué no la ama más?

—“Todo cuanto fui, ya no lo seré más”

—¡Qué arriesgado! —opinó.

—“Si tuviera que calificar al hombre, lo haría con desgana, pues, últimamente, ni marchándose su alrededor siente. Y solo siente por tonterías que ni nosotros controlamos. Nacen de su obstinada impertinencia.”

Dios se quedó sin palabras.

—“Amaba mi trabajo y la vida, pero ya no. Todo cambia y, quizás, yo también deba hacerlo”

—Se está despidiendo…

—“El caos que mi presencia provocó, lo causará ahora mi ausencia”

Dios se dispuso a hablar, pero, antes de que abriera la boca, un ángel cayó en el aire dándole en la cara.

—¡Señor todo poderoso! —se preocuparon todos los ángeles a su alrededor

—¿Qué le sucede hoy a todo el mundo? —vociferó Dios enfadado.

Agarrándose la cabeza con las dos manos a causa del dolor, se dio cuenta de que demasiados ángeles volaban encima suya.

—¿Qué os pasa? —dijo a todos los que lo miraban —¿A dónde vais?

Los ángeles se miraron entre ellos y contestaron:

—¡A mover amor!

Que raro, pensó. Apenas se había movido en los últimos años…

Tras aquel día cargado por una atmósfera enrarecida, los ángeles continuaron con su frenético trabajo y desistió con la investigación. Unas semanas más tarde, su actividad recuperó la normalidad. Dios descansó mejor y trabajó con ilusión de nuevo. Las ojeras se quedaron en el pasado y los cafés mañaneros se los hacía menos cargados. Pero, tras un tiempo, los ángeles volvieron a inundar las alturas. Una noche, Dios se levantó colérico y, saliendo de su casa, preguntó a unos ángeles que volaban cerca:

—¿Qué sucede ahora?

Tres ángeles se detuvieron frente a él y, al unísono, dijeron:

—¡Ahora movemos odio!

Dios arqueó las cejas:

—¿¡Odio?! —pronunció —¿Quién está detrás de todo este caos?




Comentarios

  1. Hola, Ulises, jajaja, me ha gustado mucho. Me ha recordado a un texto mío que escribí hace poco. También tenía a Dios y a los ángeles un poco desquiciados. Eso de pasar del amor al odio en segundos es muy típico de la vida, una pena, Dios debería haberse puesto más severo con los ángeles.
    Muchas gracias por tu relato. Siento haberte dado esos quebraderos de cabeza, por fortuna, son quebraderos de los buenos, de esos de los que se suele decir: sarna con gusto, no pica.
    Un abrazo. :)

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  2. Hola, Ulises. También a mí me ha gustado mucho. Una historia muy imaginativa, con su puntito de intriga y ese tránsito del amor al odio que debería hacernos reflexionar. El cansancio y el desconcierto de Dios también es una metáfora muy potente. Muy buen cuento.

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  3. Tu relato me hizo acordar a las temporadas últimas de Supernatural, que presenta al creador como alguien conflictivo, con ángeles conflictivos a su alrededor.
    Saludos.

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  4. Curioso relato Ulises, pero vamos que sin duda el cielo andaba un poco caótico. Abrazos.

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