Ir al contenido principal

La Anciana de la Charcutería

No había nadie más en el pasillo. Una inocente anciana en apuros y, junto a los embutidos, a par de metros de distancia, un hombre lo suficientemente educado para ayudar a quién lo necesitara, eran los únicos clientes allí. La anciana, pequeña para las estanterías tan altas del supermercado, no podía alcanzar una de las bolsas de panes de un estante. Sin suerte, trataba  de estirar su brazo desesperadamente, tentando a los estrepitosos desenlaces. El hombre, que la miraba de reojo vaticinando el caótico final, no aguantó tanto suspense, y se acercó a ayudarla. Estaba haciendo lo correcto, pensó. El karma se lo pagaría.

Cuando dio el primer paso, la anciana lo miró tal y como si lo hubiera estado esperando toda una vida. Le extrañó. Y esta dijo:

—Gracias, hombre. Últimamente, falta gente así en el mundo.

No lo iba a negar. Él compartía la misma idea. 

Y, de pronto, cuando estiró la mano para agarrar la bolsa, sintió un terrible dolor a la altura del estómago. Bajó la vista, con los panes ya en la palma de su mano, y vio a aquella diminuta anciana apuntándole con un taser. Tenía una sonrisa de oreja a oreja, como si le acabaran de anunciar que había ganado la lotería y, con una voz menos inocente, la oyó decir por última vez:

—Menos mal que siempre hay algún idiota…

Se tiró al suelo del dolor. La anciana lo agarró por un brazo y lo llevó a la trastienda. Ese día el supermercado cerraría antes de lo previsto.

Comentarios

  1. Bufff, carne para la picadora. Espeluznante y genial el micro. Me encantó, Ulises. Enhorabuena. Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Muy buen microcuento. ¡Y con un final completamente inesperado! Yo diría que en esta historia aplica el refrán: "las apariencias engañan", uno nunca se imaginaría que la anciana fuera una asesina serial.
    Buen relato. Un saludo.

    ResponderEliminar
  3. ¡Pues vaya con la anciana! Muy buena leyenda, Ulises y muy buen micro. Me ha gustado mucho tu historia.

    ResponderEliminar
  4. Hola, Ulises. El pan no sé, pero al menos el embutido será de primera calidad sabe la vieja escoger bien el género. 😂
    Saludos 🖐🏼

    ResponderEliminar
  5. ¡Hola, Ulises! Buenísima leyenda, no sé si está inspirada en alguna, pero desde luego que es una Leyenda Urbana con mayúsculas. Final sorprendente, la alerta sobre los prejuicios, en este caso con ser confiado con una anciana, ambientada en algo tan cotidiano como un supermercado. Realmente brillante y ejemplo de lo que es esta clase de historias. Enhorabuena! Un abrazo!

    ResponderEliminar
  6. ¡Ay! me parece que has creado una nueva leyenda. Impactante, feroz, concisa y escalofriante. Creo que nunca volveré a ver los productos de charcutería de la misma forma que antes. ¡Muy bien! Saludos.

    ResponderEliminar
  7. Pero quién era esa anciana... Vaya con las apariencias, para que te fíes... De ahí el refrán, "de los santitos nos libre dios"
    No puede uno fiarse de nadie... Muy ingenioso. Un placer leerte. Abrazos

    ResponderEliminar
  8. Un relato bastante menos macabro que lo que te imaginas qué pasa después. No hacen falta más de 250 palabras para ponerte la piel de gallina!

    ResponderEliminar
  9. "Lobos con piel de cordero" como dicen Las Sagradas Escrituras.
    ¡¡¡¡¡¡¡Apúntate un Tanto, sí señor!!!!!!!!!!
    ¡Y buen fin de semana!!!!

    ResponderEliminar
  10. Si siempre lo he dicho, no hay que fiarse de las ancianitas candorosas, ja,ja,ja. Antes se dedicaban a la brujería y a robar niños y ahora, mira, hasta se cargan a la gente en los supermercados, jeje.
    Un saludo.

    ResponderEliminar
  11. Me ha encantado tu micro. Siempre los aparentemente más débiles pueden con los que se creen más fuertes. No siempre se premia al buen samaritano, al menos en las leyendas urbanas... Felicidades, Ulises!

    ResponderEliminar
  12. Hay que establecer un protocolo para que nos pase lo mismo que a tan excelente caballero:

    1. NUNCA ir solo a estos sitios
    2. Ignorar a todo el mundo
    3. Comprar rapido y desaparecer.

    Estas y otras relgas evitaran que nos ocurran tragedias.

    Me cuidare de tanta ancianita malvada que hay en el mundo

    ResponderEliminar
  13. Muy buen Micro, Ulises, me has hecho recordar una anécdota que viví hace décadas. Siendo testigo a bastante distancia del tropiezo y caída en la acera de un anciano, comprobé la diligente reacción de las personas que transitaban próximas a él. Cuál no fue nuestra sorpresa, al comprobar el rechazo y enfado del anciano por ser levantado en volandas del piso sin haber pedido ayuda ni haber requerido auxilio de nadie. De hecho se volvió a tirar al suelo y levantarse por su propio pie con una agilidad nada propia de su aparente edad. Lo que nos pudimos reír con la escena. Para que te fíes de las apariencias. Muy buena leyenda. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  14. Lo venderá como jamón de pavo?
    Vengo de leerlo de prejuicios con los ancianos, pero al revés. Allí por malos y aquí por Buenos.
    Saludoss

    ResponderEliminar
  15. Las leyendas sobre inocentes ancianitas que resultan ser un espejo del mismísimo demonio rulan por ahí en todo tipo de categorías y maldades. Me ha gustado que hayas ambientado tu historia en un supermercado pues le ha dado credibilidad a tu narración. Me ha gustado tu relato. Saludos

    ResponderEliminar
  16. Vaya con la anciana. Parece que se va a merendar al muchacho entre pan y pan. Parece que le gustan los hombres con buen karma. Pues que le aproveche, a mí no me pilla, yo no frecuento los supermercados. Aunque tal vez para cruzar la calle... Estupendo relato. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  17. Moraleja... no te fíes ni de tu abuela :)
    Hola Ulises, si se repitiera la historia en varios supermercados correría de boca en boca la leyenda de la vieja del super.
    Un saludo, paisano.

    ResponderEliminar
  18. Y seguro que ese día la ternera estaría en oferta, ja, ja. Muy bueno, Ulises.
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  19. Hola Ulises. Nos has despistado con el personaje de la ancianita inocente, quien iba a decir que terminaría por ser una bruja malvada, muy buen cambio de rol. Uno ya no sabe que es lo que compra en un supermercado, seguro que la carne picada estará rebajada durante unos días. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  20. ¡¡¡Joder con la señora!!! Ulises, así no arreglamos el mundo. Desde hoy tengo un gran prejuicio hacia las señoras indefensas que quieren el pan de la última estantería.
    Un relato excelente. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  21. Hola Ulises, tu micro empieza tan inocente que casi nos volcamos a ayudar a la anciana y admiramos a ese hombre educado y atento. Pero la anciana al parecer no era cliente, ni tampoco tan anciana que lo arrastra por un brazo a la trastienda, y menos inocente, lo que sí estaba necesitando era pasar un buen rato de placer, ja, ja. ¿O en realidad era una asesina? Qué va, la cosa es que el super cerraría antes de lo previsto y la fiesta seguiría... Quizás ya corría el rumor de la anciana del super y por eso no habia nadie alli, solo el hombre educado, que de seguro era un forastero, ja, ja.

    Un micro divertido y malicioso.

    ResponderEliminar
  22. Pues vaya con la ancianita. Me ha dejado sin palabras. Qué buen micro, Ulises.
    Te felicito.

    ResponderEliminar
  23. Esto nos deja una enseñanza desesperanzadora de cara al futuro de la humanidad. No hay que fiarse de nadie, pues puede ir armado.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  24. Cuesta sacarle la lección provechosa que se le supone a una leyenda urbano, porque "no te fies de las viejas desamparadas" no es una leccion provechosa. ¿O sí?
    Buen micro.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  25. Es que ya no te puedes fiar de nadie y menos de las dulces ancianita.
    Un micro muy bueno saludos de flor.

    ResponderEliminar
  26. Que buen micro, terminara convertido en salchichas por ser buena persona, no se puede uno fiar de nadie.
    Un saludo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Disculpa de Sara Calloway

 Sara Calloway murió el cinco de enero del año dos mil ochenta y siete, entre remordimientos y penas. Tenía ochenta y cuatro años cuando abrió por última vez los ojos de aquel cuerpo repleto de arrugas, ojeras y marcas de una vida cargada de dificultades. El día de su fallecimiento, sus cuatro hijos lloraron desconsolados su muerte frente a la cama del hospital, pensando más en los momentos que no tuvieron junto a su madre que en los pocos recuerdos felices que disfrutaron a su lado. «Que dura ha sido la vida», repetía Margarita, la cuarta de ellos, apesadumbrada. Estaba empapada en sudor y las lágrimas no se distinguían de los goterones que emanaban de su frente. Aquellas palabras cargaban mucho dolor, pero también desesperación y rabia. En un último intento, trataba de hacérselas llegar a su madre, rindiéndose ante el reloj, el cual mantuvo su orgullo tan alto que le impidió sincerarse alguna vez sobre la crudeza de su vida. Cuando minutos más tarde se llevaron a su madre y sus herma

La Comunidad de la Música

 Ahí estaba otra vez. Rosa había vuelto y, de entre el murmullo de decenas de instrumentos que se oían a través del patio interior, el violín había adquirido todo el protagonismo. Hugo la oía desde el piso de abajo. La facilidad que tenía para transmitir al acariciar las cuerdas con la vara lo mantenía atónito. Su control era absoluto. No había imperfecciones. Desde el techo, resonaba una melodía llena de pasión, con partes más calmas que hacían temer el final de la música, y otras repletas de vida, las cuales hacían que el pulso se acelerara y una alegría desmesurada se hiciera con el alma. Todo vibraba. Especialmente, el corazón de Hugo. Y, tal era su excitación interior que comenzó a tocar. Dio un salto desde el sillón y se sentó frente al piano. Sus dedos bailaron solos. Al principio, piano y violín estaban completamente desconectados el uno del otro. Pero la atención de Rosa no tardó en ser atraída por el sonido de las cuerdas del piano que, por unos segundos, sonó en solitario. S

La Mansión Monror

Ricardo Silva a veces se lamentaba de su curiosidad. Sentado junto a Felipe en el salón del señor Monror, no podía dejar de preguntarse qué estaría sucediendo en el piso de arriba. Aparentemente Enric Monror no tenía hijos con su mujer, y les había dicho minutos atrás que estaban solos. "Mi esposa salió esta mañana a cazar. Llevo esperándoles todo el día", les había comentado al entrar en su casa. Como mandaba su educación, se disculpó por haber llegado tres horas después de lo acordado, y entonces Enric comenzó a contar la historia de su familia. Ricardo se preguntaba qué relación podría tener todo eso con la llamada que les había hecho, pero le dejó hablar hasta que no aguantó más: ㅡ¿Qué está sonando arriba? ㅡpreguntó Monror se calló y lo miró fijamente. La expresión de su cara era neutra. No mostraba enfado ni ningún otro tipo de sentimiento. Simplemente le mantenía la mirada. Luego, tras varios segundos que a Ricardo le parecieron años, Enric se limitó, sentado en su buta

Guiones de una Conversación Anunciada

  ―Te lo dije, y no me hicistes caso. "Para", te repetí una y otra vez... Deja de discutir, no pienses tanto, olvídate de lo que pasó ―¿Cómo me iba a olvidar de lo que pasó? ―¡Olvidándote, idiota! ¿Acaso no es eso lo que se merecen los buenos momentos? ¿El olvido? ¿Acaso no es de eso de lo que se trata la vida? ¿De compensar las amarguras con las risas? ―No podía pensar. Estaba histérico. No soy como tú, ¿sabes? Ojalá pudiera ser tan frío y calculador ―Pues claro que soy frío y calculador ¡Soy tu sentido común! Si no fuera lo único de ti que tiene un poco de cordura en tus momentos de ira, estarías perdido en la vida... O, peor aún: muerto. ―Muerto dice... Te crees demasiado importante... ―Cálmate un segundo y piensa, Arturo. ¿Realmente valía la pena perderla? Sí, se enfadó por lo que dijiste, y sí, tu te enfadaste por lo que creíste entender que dijo. Discutisteis. Es normal. Pero acuerdate de cómo estabais diez minutos antes de que os pelearais. ―Nos reíamos por un vídeo qu