Ahí estaba otra vez. Rosa había vuelto y, de entre el murmullo de decenas de instrumentos que se oían a través del patio interior, el violín había adquirido todo el protagonismo. Hugo la oía desde el piso de abajo. La facilidad que tenía para transmitir al acariciar las cuerdas con la vara lo mantenía atónito. Su control era absoluto. No había imperfecciones. Desde el techo, resonaba una melodía llena de pasión, con partes más calmas que hacían temer el final de la música, y otras repletas de vida, las cuales hacían que el pulso se acelerara y una alegría desmesurada se hiciera con el alma. Todo vibraba. Especialmente, el corazón de Hugo. Y, tal era su excitación interior que comenzó a tocar. Dio un salto desde el sillón y se sentó frente al piano. Sus dedos bailaron solos. Al principio, piano y violín estaban completamente desconectados el uno del otro. Pero la atención de Rosa no tardó en ser atraída por el sonido de las cuerdas del piano que, por unos segundos, sonó en solitario. Si bien hasta entonces estaban tocando en claves distintas, Rosa hizo que su violín se conectara un poco más con el piano. Los dedos de ambos danzaban en clave de Sol. Cada vez, la compenetración era mayor, y lo que en un primer momento no parecía poder llegar a encajar jamás, de pronto se hizo escuchar como uno de los dúos más bellos y apasionados de toda la historia de la música.
Sara Calloway murió el cinco de enero del año dos mil ochenta y siete, entre remordimientos y penas. Tenía ochenta y cuatro años cuando abrió por última vez los ojos de aquel cuerpo repleto de arrugas, ojeras y marcas de una vida cargada de dificultades. El día de su fallecimiento, sus cuatro hijos lloraron desconsolados su muerte frente a la cama del hospital, pensando más en los momentos que no tuvieron junto a su madre que en los pocos recuerdos felices que disfrutaron a su lado. «Que dura ha sido la vida», repetía Margarita, la cuarta de ellos, apesadumbrada. Estaba empapada en sudor y las lágrimas no se distinguían de los goterones que emanaban de su frente. Aquellas palabras cargaban mucho dolor, pero también desesperación y rabia. En un último intento, trataba de hacérselas llegar a su madre, rindiéndose ante el reloj, el cual mantuvo su orgullo tan alto que le impidió sincerarse alguna vez sobre la crudeza de su vida. Cuando minutos más tarde se llevaron a su madre y sus herma
Hola Ulises. Entiendo que se trata de un conservatorio o algo similar, donde además de nacer una historia musical, parece empezar también una historia de amor entre Rosa y Ulises. Que la música mantenga unidos sus corazones. Un abrazo.
ResponderEliminarTremendo y trepidante duelo musical! Je je! Se suele decir que para mejorar siempre es necesario un buen aliciente! Un abrazote!
ResponderEliminarHola, Ulises. Vaya forma más perfecta de tratar la pasión a la música y a través de la música.
ResponderEliminarMuchas gracias por aceptar el reto. Un abrazo grande.
Es muy bonito, la realidad es que los ambientes musicales me encantan, los músicos en vivo, será que tengo amigos músícos y siempre es un placer escucharlos tocar o cantar, muy bonito micro.
ResponderEliminarSaludos
PATRICIA F.
Hola Ulises.
ResponderEliminarLa pasión, transmitida a través de la distancia, envuelve el relato y acaricia a los dos personajes y sus instrumentos en un dúo perfecto. ¡Muy bello relato! Es como si los estuviera oyendo. Un abrazo.
Marlen
¡Qué bonito, Ulises! Una historia de amor hecha música.
ResponderEliminarPreciosa escena de dos amantes de la música separados por tabiques. Piano y violín unidos en un dúo perfecto. ¡Qué bonito leer algo así!
ResponderEliminarMe recuerda mucho a esas improvisaciones que se difunden últimamente en YouTube. En ellas siempre hay un piano ubicado en un gran centro comercial o en una estación o un aeropuerto. El autor del canal comienza a tocar y poco a poco se le une gente que va de paso. Unos tocan y otros cantan. ¡Es increíble crear esa conexión!
Un abrazo.
Un encuentro mediante la música, que parecía que no funcionaría pero sí lo hizo.
ResponderEliminarBien contado.