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Ratón Ciento Cinco

El laboratorio estaba a oscuras. A las doce de la noche, casi todos los investigadores se habían marchado, y apenas quedaban unos pocos haciendo horas extra en el edificio. "Menos mal", pensó Valeriano Silva. No le gustaba trabajar con gente. Prefería disfrutar en soledad de la ciencia. Aunque, por los integrantes de su departamento no tenía por qué preocuparse. En el área de Biología Molecular ーél lo sabía de sobra ー, todos se esforzaban cada día por macharse más temprano que el día anterior. No por que fueran más gandules ni menos responsables que otros, si no porque ninguno quería estar sobreexpuesto a una de las bacterias más mortíferas del planeta: Acinetobacter baumannii. Él era el único que destinaba más tiempo del remunerado entre tubos de ensayo y probetas esterilizadas. Después de convertirse en uno de los departamentos más reputados de toda la empresa, no siempre les llegaban proyectos seguros y bonitos. Ahora, cualquier día podían pasar de disfrutar del vuelo de los pájaros a no volver a abrir los ojos.

Después de cenar en la cafetería del centro de investigación, abierta para los guardias de seguridad y científicos sin vida social, su puesto de trabajo lo estaba esperando al igual que todas las noche. Aquella bacteria le estaba haciendo la vida imposible. Sobretodo porque él era el jefe del equipo, y se esperaba que en menos de seis meses lograra un fármaco para combatir el microorganismo. Su recompensa, a parte de un gran prestigio internacional, era una cuantiosa inyección de dinero en la cuenta bancaria. Toda una motivación. Y más aún cuando ya contaba con esos ceros de más para las vacaciones.

Se colocó frente al microscopio y comenzó a observar cómo se comportaba el patógeno frente a diferentes sustancias. Durante dos horas no obtuvo ningún resultado satisfactorio. Había perdido el tiempo. Sin embargo, su ética profesional no le permitía actuar de otra forma antes de poner en peligro la vida de sus ratones. Esa era la parte oscura de su trabajo. Cogió a los animales de una caja y comenzó a inocularles la bacteria. Probó a suministrarles las mismas sustancias que había probado antes, alejadas de órganos y sistemas, y vio cómo uno por uno iban muriendo mientras su desesperación crecía. 

"¿Qué no estaba entendiendo?"

Volvió a mirar la pizarra de tiza, que ocupaba toda una pared del laboratorio, y la maquinaria de su cerebro comenzó a echar humo. Tenía esquemáticamente representada la estructura de la bacteria, sus puntos débiles, su comportamiento a diferentes temperaturas...

ㅡEl problema es serio, ¿verdad? ㅡoyó decir de pronto

Miró a su alrededor. ¿Quién le había hablado? Nadie había entrado en el laboratorio. Se dio la vuelta sobre la silla, y tampoco había ningún compañero en la puerta. Que raro, pensó. Demasiado tiempo allí encerrado le estaba volviendo loco. Se levantó, con la idea de abrir la ventana para que entrara un poco de aire. Pero, no llegó a dar ni dos pasos y sus ojos se toparon con una imposibilidad de las de verdad. De esas de las que nos convencemos en la adolescencia y nunca más nos volvemos a cuestionar. No por falta de curiosidad ni por que no nos haya seducido la idea alguna vez, si no porque darle cabida a esas cosas era de loco. De interno en psiquiatría.

ㅡ¿Asombrado? ㅡuno de los ratones que había dado por muerto unos minutos atrás le estaba hablando. Ahí, en su laboratorio, desde la caja en la que había otra docena de animales más, tiesos y sin vida.

Cerró los ojos, trató de dejar su mente en blanco y los volvió a abrir. El ratón no se había movido. Estaba con las dos patas delanteras apoyadas en el borde de la caja, y lo miraba con curiosidad, como si fuera él el objeto de estudio.

ㅡ¿Estás vivo? ㅡen ese momento se dio cuenta de la absurdez de su pregunta, y continuó: ㅡ¿Puedes hablar? ㅡ no podía de dejar de hacer cuestiones estúpidas, así que se calló. Era lo mejor. Se limitó a mirar al animal, que le devolvía la mirada con el mismo asombro que él debería de estar mostrándole, y trató de asimilar la situación.

ㅡSupongo que te habrás dado cuenta de lo fácil que me lo has puesto para responder ㅡañadió ㅡ, si me hubieses preguntado por cómo es posible que pueda estar hablando, sinceramente no hubiera sabido qué decirte. Pero menos mal que no lo has hecho, no quisiera empezar el trimestre con un suspenso.

El ratón empezó a reírse. 

"Al menos no le falta humor", pensó con ironía. 

Convenciéndose de que estaba en un sueño, encontró la fuerza necesesaria para hacerle una pregunta, de entre cientos que rondaban su cabeza.

ㅡ¿Cuándo has empezado a hablar? ㅡse limpió las gafas con la bata

ㅡJusto en el instante en el que me dabas por muerto. Esa fue mi resurrección. Pensé que me ibas a matar como a todos esos de ahí. La verdad es que no conocía a ninguno. ¿Son todos del mismo pueblo?

ㅡNo... no...  no lo sé, yo no me encargo de traerlos aquí.

ㅡSi ya lo sé, hombre. No te asustes, que no te estoy culpando. Es tu trabajo, ¿no? ㅡcogió impulso con las patas y saltó sobre la mesa ㅡ¿Eres científico de nacimiento...? Ya sabes..., quiero decir si siempre te ha gustado este mundillo.

"¿Por qué le estaba preguntando eso?"

ㅡSi, siempre me gustaron los experimentos. De pequeño hacía muchos con mi padre.

ㅡQue tierno... ㅡel ratón cogió los documentos que había junto al microscopio y empezó a leerlos 

Valeriano no se lo podía creer. 

ㅡCreo que te estás equivocando con el enfoque del fármaco... No sé por qué sé esto, pero algo me dice que estás fallando en algo... ㅡprosiguió el animal

Cogió dos botes que había en un estante y los abrió sobre la mesa. Luego, mezcló el contenido de ambos en una probeta, añadió agua destilada, unos mililitros de alcohol etílico y, en unos minutos, se formó un líquido de color púrpura.

ㅡYa está ㅡconcluyó

Sin decir nada, pues de pronto dejó de sentir la lengua en su boca, agarró una jeringuilla e introdujo la sustancia en el cuerpo de un ratón enfermo. Volvió a ponerlo en la jaula donde estaban los animales vivos, y al cabo de media hora comprobó si el patógeno seguía estando presente en su organismo. No había ni rastro. Había desaparecido.

Se dio la vuelta perplejo, para mirar al ratón ciento cinco, y el pequeño roedor ya no estaba. Lo buscó por las mesas, las estanterías y el interior de las neveras, sin hallar ni rastro. ¿Habría sido producto de su imaginación? Salió del laboratorio, y echó una ojeada a ambos lados del pasillo. Nada. Se asomó por cada una de las ventanas, y tampoco lo logró ver. 

ㅡ¡Ey! ㅡescuchó vociferar, desde debajo de la mesa en la que estaba trabajando. El corazón le dio un vuelco. Cuando se acercó, lo vio leyendo un libro sobre el ébola que le había comprado su mujer, hacía unos años atrás. ㅡAún hay mucho trabajo por hacer... ㅡdijo.




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